jueves, 19 de diciembre de 2013

Un rincón colombiano en Santa Cruz de la Sierra


- ¿Es buena la comida colombiana que sirven aquí?
- Prueba la bandeja paisa- contestó - Es la mejor de Santa Cruz, te lo aseguro...

Tal vez la conversación no fue exactamente así, pero la primera vez que fui al restaurante "El rincón colombiano", sentí esa sensación de estar en un lugar familiar, acogedor, perfecto. Porque la comida que allí sirven es lo que más se me ha parecido a aquellos almuerzos que servían los domingos en mi casa cuando se reunía toda la familia. 
Mi efimera estancia en Colombia se circunscribe al aeropuerto de Cali durante una oscura y lloviosa madrugada, que ni sé por qué avatar, la nave en que viajaba rumbo a La Habana aterrizó en suelo colombiano para reabastecerse de combustible, y fue tan rápido que ni nos permitieron bajar a tierra, por lo que mi visión de ese gran país, cuando llego al "Rincón Colombiano", es mayor que la de aquella lluvia intensa cayendo sobre un grupo de cansados aviones  sólo distingibles a la luz de los relampagos. 
Allí además de acercarnos a la cultura culinaria de Colombia a través de platos como "la bandeja paisa", "el ajiaco", "el sancocho", "los buñuelos y tamales" que parecen escapados de alguna cocina cubana de los años 50, está la esmerada atención de su propietario, "el colombiano" como le llaman todos. No recuerdo haberlo visto sin su sonrisa esparcida por las mesas, las constantes bromas en un idioma que él asegura que es italiano o simplemente su eterna forma de hacernos sentir bien en el rato que visitemos su local y no solamente por su exquisita comida.
Cada vez que visito el Rincón Colombiano, me siento un poco más cerca de Colombia, esa Colombia hermosa y cálida de la cual llevo un pedazo dentro mí.
El colombiano
Sancocho de gallina
Sancocho de gallina
Sancocho de gallina
Con "El colombiano"
    Colombia. Polo Montañez



martes, 3 de diciembre de 2013

Día del médico

El Obelisco. Foto del autor
Nosotros le decimos "El Obelisco" a la gran jeringuilla que preside una de las más centricas avenidas de Marianao, en La Habana, donde se ubican los principales centros hospitalarios de aquella otrora ciudad, descuartizada y rebajada a la categoría de municipio por obra y desgracia de no sé qué decisión. En realidad ese imponente monumento fue erigido en honor al medico y cientifico cubano Carlos J. Finlay (la J es de Juan, pero desconozco si alguien alguna vez al referirse a él menciona su segundo nombre), quien de forma decisiva contribuyó con sus investigaciones a erradicar la fiebre amarilla, flagelo que cobraba miles de vida por aquellos años, sobre todo en latitudes tropicales, especialmente entre los obreros que construían el canal de Panamá.
El aporte fue tan trascendental que la Confederación Médica Panamericana, acordó nombrar cada año el 3 de diciembre, día del nacimiento del eminente médico, como el Día de la Medicina  Iberoamericana, festejo de todos los galenos, con la excepción de Bolivia, país que desde 1967 lo hace el 14 de agosto, decisión adoptada según se cuenta, como homenaje a la labor del Inca, que ese día era cuando unicamente salía de sus palacios, motivado por el equinoccio de primavera a recorrer sus posesiones, lo que implicaba que para ese día sus subditos higienizaran sus viviendas como respeto al soberano.
Para mi el 3 de diciembre sigue siendo el Día del Médico, esté donde esté, y tendrá mi felicitación cuanto médico haya en el mundo que ejerza su profesión con la etica que requiere ese noble ejercicio de la medicina.
No puedo dejar pasar por alto lo significativo que era para mi el "Día del médico" cuando en mi familia todos se disponían a homenajear al Dr. Drake, quien no era un pariente muy cercano, pero si muy cerca y muy respetado por su trabajo. Hoy ya hay más médicos y enfermeras licenciadas en la familia, como mi hija y mi hermana...pero en una familia de cubanos jodedores siempre existe una anecdota para cada fecha, esa fue la que recogí de tanto escucharla y la que quiero compartir con quienes me lean.



Día del médico

El tercer día de diciembre no era un día cualquiera, era el día del médico y con esto se rendía homenaje al doctor Carlos J. Finlay, descubridor del mosquito aedes aegypti como transmisor de la fiebre amarilla, que tanta muerte produjera por estas tierras del trópico en los albores del siglo XIX y principios del XX. Por eso era un día especial y sobre todo para quien en su familia, aunque  fuera un pariente lejano, ostentara el orgullo de tener un médico como uno de sus miembros.
Y así ocurrió, en aquella familia había un médico y de los buenos, se llamaba Teodoro Drake, y me consta que aquel mulato alto, delgado y con innegables gestos amanerados, nada tenía que ver con el famoso pirata que azotó las costas caribeñas, ni nada de americano y mucho menos de ingles, nadie ni siquiera lo llamó nunca por su nombre de presidente de los Estados Unidos; allá en su natal barrio de Pogolotti  todos le decían  Teodoro o Teo, y tiempos después cuando a sangre y fuego logró la investidura de Doctor en Medicina, le llamaban Doctor Drake, no Dreik como se pronuncia en inglés, sino tal y como se escribe en buen castellano.
Cuco, su tìo político, un carpintero con más cultura que cualquier universitario de estos tiempos, era  una de esas personas que más lo apreciaba y respetaba, pero nunca tanto como para llamarlo doctor, no, nada de eso, siempre lo denominaba con el económico y cubano “docto”.
Así comenzó todo, un tres de diciembre por los años cincuenta del siglo pasado en que Cuco, como año tras año, nunca olvidó felicitar al docto, ni llevarle un modesto presente.
Por esas cosas que no tienen mucha explicación, en esta tierra a lo que en otras partes se le llama torta o pastel, aquí le decimos cake,  como se pronuncia en inglés, kei; quizás tenga alguna relación con el famoso “happy birthday to you”, que casi nadie sabía que quería decir y todos lo cantaban y todavía lo cantan al compás de desafinados aplausos que repiten los desorientados y ansiosos niños ante el deseado dulce, que solo piensan en entrarle a dentelladas sin tanto canto que no entienden.
Pero Cuco, para ser original, sin quererlo, le llamaba al kake, de la forma como se escribe, utilizando en muchas ocasiones el diminutivo de cakesito. Y así, cada tres de diciembre, alrededor de la cinco de la tarde arribaba al Reparto Finlay, donde vivían muchos médicos y por supuesto el Doctor Drake, quien quizás no lo hacía por eso, sino por la cercanía del sobrio asentamiento con el barrio de Pogolotti.
Con su cakesito barato siempre llegaba Cuco puntual a la casa, nunca entraba por la puerta principal, sino por el pasillo lateral, con sumo cuidado de no dañar las plantas sembradas por el médico, ni de tropezar con la “dichosa llave del agua para regar las matas" que no sabía a quien se le ocurrió ponerla allí, que casi no se veía y a cualquiera, como le ocurrió en dos o tres ocasiones a él, podía tropezar,  caer y darse un "mal golpe". Al final del estrecho corredor estaba la iluminada biblioteca en la que ya le esperaba el reconocido galeno vestido con pantalón tipo Bermudas, camiseta blanca y sobre su casi calva cabeza una gorra del Club Marianao de pelota; como calzado llevaba unas distinguidas pantuflas a la que ambos hombres siempre evadieron decirle chancletas aunque fuera un nombre bien criollo, todo esto con el fondo musical de la interpretación al piano de Maria Luisa, la esposa del doctor y sobrina de Cuco, quien al este llegar interrumpía “La Comparsa” de Lecuona, para ir a saludarlo. Por su parte el "docto" lo recibía con su impecable sonrisa de tratar a sus pacientes, dejaba a un lado lo que estuviera leyendo que podía ser literatura médica, grandes clásicos de la novelística universal, muchas veces en su idioma original, o quizás su favorito, un cuentero cubano apenas conocido de nombre Onelio Jorge Cardoso, a quien consideraba unos de los más grandes escritores a escala mundial. Con suma finura se ponía de pie y afectuosamente le estrechaba la mano, aceptando el cumplido, mientras que María Luisa casi le arrebataba de la mano la caja  de cartón rodeada de un fino cordel blanco y rojo, e iba corriendo  a la cocina a cortar el dulce en tres grandes trozos y servirlos en finos platos de postre junto a tres vasos también finos con limonada. Después hacían un brindis con el referido refresco, que Cuco proponía a la salud del docto y este siempre agregaba: - y de todos los cubanos - comían con voracidad de infantes el cakesito y entre bocado y bocado el médico agasajaba la frescura de la panetela y el sabor del merengue y Cuco orgulloso argumentaba que lo habían hecho especial para él en la panadería “La esquina de Raúl”, cuyo propietario era  cliente suyo y relataba que su hermano Miguelito el Grande era marchante de la dulcería de La Candeal en la Habana, pero él - que va, la mejor dulcería de Marianao y quizás la mejor de Cuba o del mundo, es la de Raúl.
 María Luisa volvía al piano y tocaba “Quiéreme mucho” a sabiendas que a su esposo no le agradaba porque le parecía una canción de borrachos, pero a su tío le encantaba, al igual que “Damisela encantadora”, pues todos conocían que le recordaba un romance que tuvo con una jamaicana en el puerto de La Guaira, allá en Venezuela años atrás. Ellos movían la cabeza  al compás de la música y sin apenas darse cuenta tarareaban el estribillo “... damisela encantadora, damisela por ti yo muero...”, hasta que Cuco miraba al cielo, decía que estaba haciendo frialdad, repitiendo elogios y felicitaciones al médico y sin hacerle prácticamente caso a su sobrina, se marchaba.
Todo esto casi de igual forma ocurría año tras año, hasta que un día Cuco llegó a la imprenta “Marianao Alegre”, de su cuñado Luis, para hacer tiempo mientras le terminaban el encargo en la dulcería que quedaba cerca. Como había teléfono aprovechó y marcó el número del doctor, que por aquel entonces comenzaba con una B y no con el 2 utilizado hasta ahora. Pero Cuco no contaba que en la extensión de más atrás estaba Tirso, su sobrino favorito acechando para gastarle una de sus consabidas bromas.
El timbre sonó tres veces, Tirso levantó el teléfono conectado al mismo número y aprovechando el bullicioso claxon de un camión Mac que pasaba por la Calzada, colgó y descolgó de nuevo sin que el carpintero se diera cuenta, entonces imitando la afeminada voz del médico dijo:
-         Oigo
-        Ah, es usted docto – dijo Cuco, quien ya como siempre había caído fácilmente en la trampa - felicidades, ¿cómo la está pasando en su día?
-   Bien, muy bien Cuco, usted como siempre, no se olvida –respondió el sobrino tratando de aguantar la risa.
-         Bueno docto yo solo lo llamé para darle mis congratulaciones por el día del médico y reiterarle que allá en la tarde iré como siempre a llevarle su cakesito.
-        Ay Cuco, no se ponga bravo – dijo Tirso desde el otro lado a punto de estallar de risa y sin acordarse de que ya no hablaba tan amanerado -  pero ya usted me tiene tan cansado con esos cakesitos de mierda, por favor hombre busque otra cosa.
-         Pero docto... –
 Y no pudo más, quedó petrificado frente al teléfono, se puso blanco e impávido, no entendía qué pasaba con aquel médico tan culto y educado que rebasaba los limites de la erudición, utilizando aquella palabrota, qué diría la familia o el propio colegio médico si se llegaran a enterar, que vergonzosa situación, no podía creerlo, aquel hombre era imposible que fuera tan ordinario y de contra malagradecido. Todo esto pasó en un interminable instante de bochorno por la mente de Cuco que no soltaba el teléfono soldado a su mano derecha sin saber que decir, hasta que una risa conocida a través del auricular y después del éter le devolvió la vida, miró hacia el fondo del local de la imprenta y lo descubrió allí, sentado frente al buró inmenso, en aquella silla de madera hecha por el mismo y a quien su sobrina Mariana había confeccionado un suave cojín, porque al decir de ella, quien a veces era un poco vulgar a pesar de la buena educación recibida - no hay culo que la resista - se encontraba todavía con el aparato telefónico, frente a su iluminado rostro su sobrino riendo a carcajadas. Se repuso y ante la mirada atónita de otras dos sobrinas que también trabajaban en el negocio, recobró su magnifico color de hoja de tabaco pulida y dijo por el teléfono:
 - Coño, yo sabía que eras tú.
Allá en el fondo Tirso  no podía parar de reír, sus sobrinas Luisa María y Ernestina atendiendo al público desde el mostrador al comprender la broma también rieron aunque discretamente.
Al final Cuco rió también, después y sin que nadie lo supiera fue al Café Raúl, sé tomó una malta Hatuey y habló con el propietario de la dulcería para que le cambiara el económico cakesito por dulces finos.
Y cuentan que hasta que la situación se puso mala y no hubo nada que regalar, Cuco siguió obsequiando ininterrumpidamente al docto el día del médico, aunque ya no siempre con los famosos cakesitos.



                        La Habana. 3 de agosto de 2004 


sábado, 16 de noviembre de 2013

Tradiciones bolivianas


Fotografías de Luis Gabriel Ibarra
Hace varios días uno de mis estudiantes me solicitó autorización para ausentarse en algunas clases por motivos familiares, exactamente iba a una ceremonia a su fallecido abuelo que le harían sus familiares por el día de los muertos. Comprensivo, como casi siempre, le di licencia con la condición de que  tomara algunas fotos y me las trajera a su regreso.
Las fotografías sin dudas ilustran la tradición boliviana por el día de los muertos en la zona del tropico de Cochabamba, en una remota población donde los familares van desde la noche anterior para durante todo el día  ofrendar al muerto con todo lo que gustaba en vida, como hacen, a su forma, en muchos pueblos de hispanoamérica. Me contó el estudiante que se invita a participar del ritual del rezo y llantos a otras personas a quienes le ofrecen a cambio comida, así como a quien no tenga  nada.
No podía dejar pasar por alto esto tan nuevo para mi con las imagenes que le agradezco grandemente a Luis Gabriel.












lunes, 14 de octubre de 2013

Faros


Faro del castillo El Morro. Foto del autor
Alguna vez pregunté a un grupo de mis estudiantes si sabían que era un faro, uno levantó la mano y mientras se ponía de pie expresó: - algo que todos debemos tener. Otra chica, de las que se sientan al final, una de esas "...lindas, delgadas, de buen vestir, de mirada esquiva y de falso reir." agrego en tono burlón:-¡siii!- y todos nos dimos cuenta que no tenía la menor idea de qué hablabamos o lo había confundido con algo que posiblemente gravitara en su mente arribista.
Es triste que haya gente viva, o suponga que vive, sin saber qué es un faro. Creo que la culpa no es de tener o no salida al mar, porque un faro, esas tremendas torres que se han alzado a través de los años en las costas o cerca de ellas para guiar las embarcaciones y con su potente luz indicar lo agresivo de arrecifes cercanos o que un banco de arena le espera para barar la embarcación, puede estar lo mismo cerca del mar que en lo alto de una montaña, ya que un faro va en nuestras mentes, indicandonos el camino, guiando los pasos a seguir.
De todas formas la historia de los faros es apasionante, desde el de Alejandría, una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, pasando por el de Carapachibey en el extremo sur de la Isla de la Juventud en el archipielago cubano, los faros romanticos o llenos de misterios de las peliculas americanas, los melodramaticos de las argentinas y los tantos y tantos faros regados por el mundo, olvidados, destruidos, reconstruidos o en pleno funcionamiento, siempre nos reflejan una imagen de soledad o sugieren aislamiento propicio para la meditación.
Dicen que ya los faros no tienen fareros, faroleros, o como se les llame a sus guardianes, esa gente que escogió vivir en medio de aquella soledad para rutinariamente encender la potente luz  al anochecer y apagarla cuando los rayos del sol comienzan a iluminar la gran masa azul de agua. Actualmente la tecnología ha sustituido a muchos de ellos, que solos o con su familia iban a reinar en aquellas torres de paredes circulares  llenas de historia y encanto.
Siento muchas veces la ausencia de  un faro, es la sensación lógica de un costero que fue a parar a un país mediterraneo. Extraño, entre cientos de cosa, la luz girando del faro de El Morro, paseandose en su intermitente y nocturna ronda por los viejos edificios habaneros, sosteniendolos en su inminente caida, o simplemente alumbrandolos.






lunes, 30 de septiembre de 2013

Una petición de Rústico Amores


He recibido un mensaje de mi amigo Rústico Amores a quien conozco ya hace algunos años. A pesar  que nació después que yo, aun soy más joven que él, eso es algo paradójico, tanto como su apellido, debió haber sido en plural pues amor ha sido para él uno solo, único. Más su primer apellido no tuvo oportunidad de escogerlo como su amada Alma Bolero, quien es el motivo de su angustiante carta.
Me cuenta Rústico, con letra apurada y nostálgica, que Alma se le ha perdido, que no la encuentra, no responde al teléfono, ni a los correos y las palomas mensajeras que surcan los aires cargando sus mensajes, regresan decepcionadas sin una respuesta en sus anillos. Anda desesperado y ya no está para aquellos menesteres de lanzarse al mar a buscarla como hizo hace varios años, aunque sí le ha pasado varias veces por su cabeza, ya sin una gota de cabello, cruzar Los Andes en un globo aerostático y volver a la aventura de encontrarla, incluso trató en su misiva de convencerme que con sus conocimientos de meteorología podía sortear las difíciles condiciones climáticas de la imponente cadena montañosa. En nuestra última conversación por chat le recomendé esperar, accedió, pero me pidió enconadamente que muestre fragmentos de su largo epistolario que data de casi 20 años, seguro lo haré aunque voy a esperar un tiempo, tal vez su Alma Bolero aparezca y no tengamos que despedir a Rústico Amores en la tristeza de una tarde viendo como su globo se eleva mientras suelta el poco lastre que sobra de su vida.
Mientras me decía - tú a escribir que yo me dedico al clima, al tiempo, a las nubes,  tormentas y vientos - también me pidió que apareciera su novela, su pelicula y su canción.


domingo, 15 de septiembre de 2013

Un tipo de los sesenta

La calle del parque. Foto del autor

De la serie "Pasó en el barrio" publico este cuento, cuento que fue la triste realidad de unos cuantos.


Boby es un tipo de los sesenta, aun pasea por el barrio con sus pantalones “campana”, sus botines de tacón Hollywood  y un pullover  con el símbolo de la paz cubriéndole el pecho mientras canta en voz alta ...”she loves you ye ye ye. Boby se quedó en aquellos años o mejor como dice él, regresó ya que de allí fue expulsado.
Cuando cumplió los 16 ya tocaba  el bajo con el grupo musical “Las bestias tranquilas”, junto a “Tony  Botella” y el “Pelo López” los escandalosos guitarristas  que eran secundados en la batería por Narciso “el Ringo”, un moreno bullicioso quién construyó su instrumento sin la ayuda de nadie ya que el papá de Boby quién había confeccionado el bajo y las guitarras del grupo no dio pie con bola para poder hacer su instrumento. El amplificador de su bajo lo armó su socio  “El lento”, con piezas de un viejo radio RCA y la bocina de una victrola (rokola) que suponían se había llevado Tatico del bar El Escalón, cerrado, abandonado y al borde del derrumbe hacía ya más de 2 años y que se la vendió en 2 pesos. En realidad el bajo era una joya y hasta podía “tupir” diciendo que era “yuma”, hasta tal punto que levantó una discreta envidia entre “el chivo” y Eddy “el bolo”, también bajistas de otros combos del barrio.
 Así Boby alcanzó popularidad local entre las jovencitas que lo iban a ver sábado por sábado mientras que empapado de sudor y con los dedos de la mano derecha rojos de pulsar las cuerdas cantaba melancólicamente y no sin pocos “forros”-...beacause, beacause, I love you - acompañado del casi afinado coro de los demás integrantes, que en ocasiones ni se entendía por el ruido simplemente se iba la luz. Pero realmente el "piquete" tenía sus fans que lo seguían adonde quiera que fueran a tocar, aun en localidades más alejadas como Bauta, Santa  Fé y Playa de Baracoa e incluso a la remota Santa Cruz del Norte casi en el límite este de la entonces provincia de La Habana con Matanzas.
Pero la felicidad de las fiestas, los ensayos y las aventuras amorosas se le escaparon prácticamente de golpe aquella mañana en que Germán “el bolchevique”, director de la Escuela Secundaria donde estudiaba le advirtió tajantemente - Si no te pelas, mañana no entras aquí - y a Boby no le quedó más remedio que ir a la barbería  de la esquina de la escuela y decirle al barbero - Rebájame un poco a ver si mañana me dejan entrar. Pero el pobre adolescente no sabía que existía un oscuro y taimado acuerdo entre “el bolchevique”, “orejita” el temido subteniente de policía y el sectorial de barberías y peluquerías, en el que se estipulaba que los estudiantes que fueran a pelarse en las barberías estatales (que eran todas), se les rebajaría el cabello a la altura de 2,82 centímetros sobre la altura del cuello cabelludo, tal y como se observaba que usaban en las películas los jóvenes e invencibles “konsomoles soviéticos”. Boby se entretuvo leyendo un escrito sobre la infancia de  Elvis Presley que camuflaba con la portada de una revista Verde Olivo y no se percató qué pasaba con su pelo hasta que el barbero con gesto sonriente o más bien burlón  lo invitó a que se mirara al espejo que tenía enfrente al mismo tiempo que extendía su mano derecha, vieja, huesuda y con manchas de vitíligo en espera de los ochenta centavos. Ahí fue cuando Boby  pudo ver su cara reflejada y palideció aterrado como el que acaba de ver su propio cadáver, con rabia interpeló al barbero - Pero ¿qué coño tú me hiciste en la cabeza?
       -    Mira compañerito, eso es lo que está establecido por...
       -    El coño de tu madre y no te pago ni pinga - y sin quitarse el paño  que lo cubría salió corriendo de la barbería seguido por el barbero que gritaba furioso.
       -    Ataja, se va sin pagarme y se lleva el paño.
 Aunque nadie se metió e incluso Toto, quien se la pasaba todo el día "haciendo media” fuera de la  secundaria  con sus compinmches “Cotorra” y “El Crema”le puso un traspié que lo hizo rodar ridículamente por el piso ante la risotada burlona  de los entusiastas espectadores. Pero Boby se puso de mala suerte porque al doblar como una flecha por la cafetería “El Kilo” tropezó nada menos que con el fornido subteniente “orejita” quien haciendo un alarde policial le puso una llave de estrangulamiento y una vez reducido a la obediencia lo condujo a punta de pistola Makarov a la barbería seguido por el maltrecho barbero y la multitud de curiosos que había crecido desde que comenzó el incidente.
 Sentado en el sillón donde minutos antes había sido despojado de su pelo Boby estaba muy asustado ya que de contra que el barbero lo acusaba de irse sin pagar y llevarse el mugroso paño, ahora agregaba que también le había robado la navaja que en realidad se llevó “tatico” aprovechando el corretaje, aunque por supuesto nadie dijo nada porque sabían que no podrían probarle al muchacho que había sido él. Mientras “orejita” con su mal aliento lo amenazaba con mandarlo para la cárcel de menores en 13 y Paseo o para “el lápiz” en Batabanó. Llegó el director, fue peor porqué le dio un ataque de histeria y allí mismo lo acusó de diversionismo ideológico por usar “melenita” y andar oyendo y peor aun cantando canciones en inglés de Los Beattles y todos esos músicos imperialistas junto al tal Tony Botella del cual tenía información que era agente de la CIA, al otro “burguesito” que se creía que porqué era inteligente y sacaba buenas notas podía hacerle juego al capitalismo y para colmo un negro - que si viviera en los Estados Unidos "ya se lo hubieran comido los perros".
 Así, delante de toda aquella gente que aplaudió el discurso del “bolchevique", ante la mirada amenazante de “orejita”, Boby fue expulsado de la escuela.
Un mes y medio después fue llamado al servicio militar obligatorio y partía a bordo de una rastra soviética repleta de bisoños y bien pelados reclutas uniformados de verde a una Unidad Militar de Ayuda a la Producción en la provincia de Camagüey.
Quizá para nadie fueron tan largos aquellos tres años de servicio militar que en realidad se le convirtieron en cuatro y medio ya que fue sancionado a uno y medio más por “rebelión” cuando se cortó la pequeña “moña” que le habían dejado en su rapada cabeza y el teniente lo metió en el calabozo hasta que le volviera a crecer y él se cagó en la madre del teniente delante de todos los soldados durante la información política. Pero entre guardias, poca comida y mucho trabajo, aguaceros, maniobras y órdenes, muchas órdenes el tiempo pasó y el soldado Roberto Castro, porque a nadie se le hubiera ocurrido decirle Boby, pero mucho menos nombrarlo por su apellido en la unidad, volvió a ser civil. 
Ya era el año 72 y los Beattles se habían separado, los Brincos eran otros y ni Mike Kennedy cantaba con los Bravos. John Lenon, el ”subversivo” beattle se había cortado el pelo muy bajito (como lo había hecho con el suyo aquel barbero que seguía “hijeputeando”) y andaba de “encueruso” con aquella china fea, quien según los socios más actualizados había sido la causante de la separación del adorado cuarteto. En la clandestina “dobliu” ponían a otros grupos pero ya no era lo mismo, a Boby le habían robado sus años 60. 
Su combo se desintegró cuando lo “partió” el servicio y cada cual había tomado su camino, el Pelo se metió a niño bueno yendóse a estudiar becado, a Narciso más nunca le dijeron Ringo, vendió la batería y se dedicó a hacer tatuajes y a tomar ron del malo. Tony Botella tuvo la peor suerte cuando se ahogó mientras trataba de llegar a los Estados Unidos en una balsa junto con otros del barrio que tampoco se salvaron.   
Boby se hizo un solitario hablaba poco y jamás volvió a tocar el bajo aunque siguió con su ropaje de los sesenta, su collar con el crucifijo y escuchando aquella música que intentaron tantas veces arrancar de sus oídos. La melena en realidad nunca pudo dejársela muy larga porqué era mal mirado por el sindicato, la administración y el partido de la carpintería donde trabajaba. Después se casó con Rita (una pepilla ex admiradora de su banda que con el tiempo se hizo militante de la juventud comunista) y tuvieron una niña. Fue entonces cuando ella y su familia le pidieron que dejara toda esa extravagancia y se vistiera como una persona decente. Quizás por la emoción de ser padre o por cansancio Boby guardó sus pantalones campana, sus camisas “anchotas”, sus pulóveres y sus collares con crucifijos. Se vistió con ropa "de la libreta" que vendían en la tienda y envejeció, envejeció tanto que por poco muere.
En el año 90 ya Boby era un “temba” cuando vio en una video casetera beta que había traído “el pelo” de un viaje que dio al extranjero, un concierto de Pink Floyd al pie de las ruinas de lo que fue “El Muro de Berlín”, entonces su morir se detuvo y se ensilló en sus pantalones “campana”, se puso sus collares hippies con el crucifijo grande por fuera del pullover que clamaba peace, love and free y salió a la calle que llevaba tantos años esperándolo. Mandó al carajo al sindicato, la administración y al partido de la carpintería, se dejó la melena como John Lenon antes de conocer a “la china esa” y se puso a trabajar por su cuenta haciendo guitarras eléctricas y grabando casettes de la música que nadie tenía.
Tiempo después su hija y su mujer se fueron a Miami cuando "se sacaron el bombo", pero no quiso dejar su tierra a pesar de que otros que decían que también la amaban, lo odiaron a él y lo mutilaron de una buena parte de su juventud. Aun así decidió quedarse y solo de “allá” pidió a su hija quien ya era una mujer, que le enviara música y ahora Boby sigue siendo un tipo raro, un tipo de los sesenta  que trata de mantener su melena blanca y no se pierde un “Nocturno” los miércoles para acompañar con dos palitos como hacía Narciso el Ringo, que hoy es un viejo alcohólico, sus canciones de aquella época que también intenta tararear con su voz apagada que parece renacer en esos momentos.
Algunos viejos del barrio (que en realidad tienen menos edad que él), cansados y evidentemente derrotados aunque parezcan estar de pie, murmuran que Boby fuma marihuana y ve películas pornográficas e incluso uno que dice haber sido de seguridad del estado contó en secreto que lo estaban vigilando pues se sospechaba que estaba implicado en el robo de las gafas del John Lenon del parque, las dos veces. Pero por suerte ya nadie los atiende aunque los miren atentamente e incluso hasta los aplaudan como la multitud de curiosos aplaudió al “bolchevique” muchos años antes y Boby quién recuperó aquellos” años 60  que una vez le robaron, sonríe a todo el que va a su casa a buscar música de aquella década - porqué él lo tiene todo y lo que no lo baja de internet - y atiende a todos con igual dedicación aunque nunca les ha contado a los más jóvenes porqué cruza la calle y se persigna cuando pasa frente a una barbería.