jueves, 11 de abril de 2013

Viajando con el papelito

El viaje del papelito. Foto del autor

Siempre que mis alumnos se pasan un papel de pupitre en pupitre, donde el receptor(a) sonríe y me mira, siento que algo tiene que ver conmigo. Lo lógico, una caricatura o tal vez alguna impresión sobre mi. Disimuladamente me miro a ver si me puse la camisa al revés (nada extraño en mi), derramé café o jugo de tomate en mi vestuario (tampoco muy extraño en mí). 
Pero lo que más me ha intrigado y sin dudas quisiera conocer, hasta lo he solicitado aclarando que no tomaría represalia alguna, es como me dicen en su clandestina complicidad. Mas no sueltan nada al respecto negándolo solemnemente. 
Una buena parte de mis temores se basan en que algunas veces en mi época de estudiante fui culpable de algún nombrete a algun profesor o profesora, o al menos participé como un activo cómplice.
Recuerdo a "el muerto" aquel enigmático profesor de matemáticas en la secundaria, reconozco que no fui  quien le inventó ese apodo, ya lo llamaban así desde mucho antes de entrar yo en ese nivel escolar, así  que desde séptimo grado ya compartía con muchos de mis compañeros el temor de enfrentarme a aquel ser tan críptico, quien siempre vestía de gris contrastando con la apariencia cadavérica de su piel.
En realidad aquel profesor si no era un zombie estaba bien cerca de serlo, su andar era sin rumbo, su forma de hablar, porque hablaba, era pausado y casi nunca al llamarnos por nuestros nombres, o peor por nuestros apellidos, lo expresaba en su totalidad, siempre mencionaba las últimas letras a tal punto que a uno de nosotros lo llamaba por su segundo apellido: Camacho, pero solo su voz de pausada ultratumba apenas balbuceaba - ..acho.
A "el muerto" más que miedo le teníamos terror, cuando uno de nosotros debía ir a la pizarra a resolver aquellos indescifrables ejercicios de álgebra, se acercaba con su firme paso de finado, nos abría el puño, que por  un instinto adolescente manteníamos cerrado y nos ponía la tiza tan blanca como su piel, después con la misma rudeza nos cerraba el puño y comprendíamos que no nos quedaba otra alternativa que ir a sufrir a la pizarra intentando resolver aquellos endemoniados ejercicios. Pero había algo peor y era cuando nuestros parpados se cerraban vencidos por el sueño vespertino, entonces aterradoramente se nos acercaba y como si nos expulsara paraíso afuera, señalaba con su brazo en linea recta  a la puerta.
Muchas leyendas rodeaban a "el muerto", se decía que era así porque perdió un hijo en un accidente frente a sus ojos, otros afirmaban que "antes de la revolución" había sido luchador profesional y sin querer asfixió a uno de sus mejores amigos con una llave de estrangulación. También se afirmaba que era maestro nacional de ajedrez, cinta negra séptimo dan en judo y pelotero frustrado del equipo Industriales, leyenda que contribuí a aumentar cuando descubrí en una guía de béisbol de los sesenta un jugador con su verdadero nombre y apellido y todos asumimos que era él mismo y que el accidente del niño frustró su carrera deportiva. Esta leyenda también la sustentó el macabro profesor durante "la escuela al campo" cuando varias veces solicitó batear y se paraba a la zurda desapareciendo la bola del campo.
Entre admiración y terror a "el muerto", su nombre se nos quedó bien fijo hasta que para nuestro alivio nos enteramos que se tuvo que ir de la escuela pues andaba de novio con la más bella de nuestras compañeras, también nos llegó la noticia que no era tan viejo como lo habíamos dibujado en nuestras mentes y que nunca se había casado ni tenía hijos, aunque lo que siempre nos dejó en la duda era si en realidad  era un muerto o no.
Para nuestra satisfacción lo sustituyó Nelson, un tipo alegre, un líder natural a quien todo el mundo idolatraba y a quien no le pusimos nombrete alguno a pesar de que muchos en la actualidad llaman el padre Nelson o simplemente Nelson el cura, ya que escogió el sacerdocio católico como siempre fue su vocación.
Nombretes a maestros recuerdo muchos: el jirafa, la momia, la tonina, el majá...Todo esto me vino a la mente mientras intentaba seguir la pista del "papelito" que había escrito la estudiante de la primera fila y que andaba de mano en mano, a veces deteniéndose para agregarle algo o simplemente evocar una sonrisa complice mientras me miraban soslayadamente. 
Cuando por fin lo localicé y con gesto entre compasivo y enérgico se lo solicité a la alumna cogida in fraganti, esta con su mano temblorosa me lo acercó, lo pensé una vez más y dirigiéndome a mi mesa les dije - se pueden ir, terminó la clase - y el misterioso "papelito" se esfumó puerta afuera entre los apresurados jóvenes. Entonces quedé allí, tranquilo, con la paz de no haber leído mi apodo o ver mi caricatura.