viernes, 31 de agosto de 2012

Despedida

                                                                            ...y si te toca llorar, es mejor frente al mar...
                                                                                                               Joan Manuel Serrat


Cierta vez realicé un documental que trataba de unos niños con dificultades de aprendizaje y algunos trastornos de conducta. Su profesor de música había ideado una terapia consistente en que ellos mismos compusieran canciones donde reflejaban sus problemas. Esos mismos niños conformaban un coro interpretando aquellas canciones de su autoría colectiva o individual. El documental se llamó "Yo quiero un coro así", hace mucho tiempo que no lo veo, recuerdo con mucho agrado su realización. Finalizaba con el coro de niños cantando una canción compuesta por su profesor, titulada "La Despedida" - ...la despedida, que difícil es, deja a uno tan triste y lleno de pena porque se van... Mientras las afinadas e infantiles voces entonaban su canción, inserté  imágenes de un grupo de visitantes extranjeros que se marchaban despidiéndose de aquellos alumnos con no pocas lágrimas.
De eso siempre me acuerdo cuando alguien se va, de eso me acordé en estos días cuando de un golpe me ha tocado despedirme de tres amigos, quienes en menos de una semana se irán a otras partes del mundo en busca de eso  que llaman la felicidad, y cada vez siento como un concepto más abstracto.
Me he pasado mi vida despidiéndome, desde muy niño frecuentemente una pequeña mano se alzaba mostrando sus dedos oscilantes en señal de adiós. Los vi marcharse confundiendo risas y lagrimas, entre comentarios favorables o desfavorables acerca de su destino que la mayoría auguraban incierto.
De adolescente fueron aumentando las despedidas, sin dudas la más recordada: la de mi padre y hermanos pequeños con el comentario de muchos diciendo que irse para allá era como morir... en parte tenían razón, tomar la decisión de marcharse a vivir a Estados Unidos u otro país no se tomaba como la intensión de progresar, sino un ultraje o peor aún, una traición a la patria. Entonces empezaron a irse a tropel, unos se despedían, otros ni lo hacían pues su nave era una rústica balsa que abordaban clandestinamente a riesgo de que fueran capturados y condenados a varios años de prisión, que no era nada comparado con el destino que se les reservó el mar a muchos que nunca llegaron.
Así, de una forma u otra las despedidas siempre fueron parte de la contemporaneidad de mi existencia, cada día eran más los que se marchaban...hasta el día que tocó a otros despedirme a mí.
Una vez aquí comprendí que el amargo sabor de la despedida continuaba acompañándome. He visto y veo compatriotas, bolivianos y de otras nacionalidades, amigos, conocidos, ex alumnos, quienes también han tomado la opción de irse a otra parte en busca de un  futuro mejor.
La anterior tarde cuando la doctora Milagros decía - me  voy a Chile - , Mauricio, también médico, se alistaba para volar a Londres y Miguel, recién graduado universitario,  prefería ir por tierra al Cuzco, como dice la canción citada (por cierto, su autor también una vez partió), me dejaron triste y llenos de pena por su partida y por qué no, pensando: - ¿algún día me tocará ser otra vez el despedido?






miércoles, 22 de agosto de 2012

Nubes

Fotos Dr. Carlos Bravo y el autor

Cuando ni leer sabía, mi madre antes de dormir, o mejor dicho para dormirme, me leía un cuento, era una hermosa costumbre de aquella época que nos llevó a muchos por los caminos de la curiosidad y el saber .
A pesar de que ya había televisión desde mucho tiempo antes, aquella tradición continuaba en muchas de nuestras casas. Nunca olvidaré que una de aquellas lecturas nocturnas versaba acerca de dos niños que se acostaban en la yerba a observar las nubes, cada uno de ellos las veía transformando sus formas y así, según sugería su imaginación, observaban  lo que añoraban ver.
Al día siguiente, al llegar de la escuela los imité, y aquellas blancas nubes que contemplaba  acostado en el traspatio de la casa, a riesgo de que me pasara una lagartija por encima, se me iban convirtiendo en todo aquello que mi infantil mente inventaba. Tal vez por eso siempre me ha gustado observar las nubes, siempre me dicen algo y sobre todo algo que quiero que me digan.
No he sido meteorólogo pero si he estado muy cerca de ellos pudiendo apreciar la tremenda capacidad y pasión que  tienen muchos para la observación y clasificación de las nubes, incluso sin tener que mirar la tabla que los puede ayudar. Es común visitar una de las tantas estaciones de observación meteorológica en cualquier alejado rincón de Cuba y ver asombrados como los observadores meteorológicos, a simple vista, miran al cielo murmurando triunfalmente mientras anotan: - estratocúmulo, cirro estrato - o ponen cara grave asegurando - ¡ oh, cumilos nimbos ! -  presagiando un aguacero que inevitablemente se viene encima.
Me motivó a escribir sobre nubes  un mensaje que recibí recientemente de una muy especial amiga, me hizo recordar mi relación con las nubes, como en mi ya lejana adolescencia escribí un poema a una nube o como me impresionaron las nubes de Santa Cruz de la Sierra. Por eso le sugiero que cuando se sientan solos o solas miren a las nubes, no le darán respuesta a sus inquietudes o problemas pero podrán moldear con su imaginación todo aquello que deseen ver.






viernes, 10 de agosto de 2012

Crónica de un corto viaje ( final )


Parada en Abapó
El viejo motor  ronroneaba menos calamitoso al aumentar la velocidad, todo en el bus era tranquilidad, ya no entraba el gélido aire por la ventanilla delantera donde los niños dormían plácidamente, solo un olorcillo a coca (que no es cocaína), se fue poco a poco apoderando del vehículo herméticamente cerrado, evidentemente uno o más pasajeros habían comenzado a "bolear", que es una costumbre, según cuentan, ancestral de los habitantes del Altiplano. Consiste en introducir en el interior de la boca  varias hojillas de la planta de coca que mastican sin cesar haciendo una especie de bola, la cual muchas veces combinan con bicarbonato de sodio produciendo una fermentación al macerar con dientes y encías la hoja, que le permite estar despierto y en incansable actividad. El olor, por así llamarle, es fuerte y en ocasiones bien desagradable para quien no bolea.
Comenzaba ya adentrarme en los argumentos del libro ante mis ojos cuando  en medio del camino el bus se detuvo suavemente, por el pasillo irrumpió un gran número de personas que más tarde pude conocer que procedían de otro vehículo más pequeño que se había averiado en medio del camino. La tranquilidad se rompió y los asientos que habían permanecido vacíos hasta ese momento fueron ocupados por los desesperados viajeros que al fin podían reanudar su viaje y yo mi lectura.
Horas más tarde llegamos a un lugar conocido como Abapó, allí se detienen todo tipo de vehículo para que sus ocupantes estiren las piernas, acudan al baño y de paso ingieran algún refrigerio, el lugar está ubicado poco antes del puente que cruza el río de igual nombre y está matizado por una tremenda cantidad de improvisadas casuchas, una al lado de la otra, donde todas ofertan los mismos productos que promocionan a puro grito las elaboradoras-anunciantes-vendedoras: - empanada de queso, empanada de pollo, café, soda, jugo…- Una tropa de niños le ayudan ofertando cara a cara los productos, siempre es así, pienso que siempre ha sido así y seguirá siéndolo.
Abordé el ómnibus cuando se ponía en marcha, mi lugar a pesar de que varios pasajeros viajaban de pie o sentados en el piso había sido respetado. Me recliné y me dispuse a continuar leyendo el libro que me acompañó ese viaje: "Manual del perfecto idiota latinoamericano", tratando infructuosamente de no encontrarme entre sus paginas, cuando las luces interiores del vehiculo encendidas unos minutos antes de partir se apagaron bruscamente, mi primera reacción fue de sorpresa, después me di cuenta que el único bicho raro que se dedicaba a la lectura era yo, los demás al unisono encendieron las pantallas de sus teléfonos móviles y se la pasaron mirándola fijamente como hipnotizados, moviendo con habilidad las teclas, dejándome en la ignorancia acerca de qué estaban haciendo que tanto los absorbía.
El viaje transcurría tranquilo, alrededor de la carretera solo se veían arboles xerofíticos propios de aquella región del chaco boliviano, escoltados más atrás por una vegetación mucho más frondosa formando una efímera, inmensa y verde pared descubierta por las luces de la flota.
El sueño me embargaba cuando una voz de los primeros asientos grito: - Ay, pare por favor, por diosito, que me pasé de donde  debí bajar. De nuevo los frenos destilando ruidosamente aire y una señora vistiendo de pollera y atavíos típicos de la región occidental del país bajó apresurada llevando su equipaje consistente en una abultada bolsa de aguayo. Antes de descender escuché como el conductor le replicaba - miré bien doña, esta es la tercera vez que se pasa de su lugar - y de nuevo nos pusimos en marcha mientras trataba sin resultados de ver en qué parte de aquella maleza penetró la señora que desapareció ante mi vista.
Cuando no sabía de qué forma sentarme vi a lo lejos un resplandor que emergía sobre el oscuro paisaje, los niños que al parecer conocían de la señal gritaron al unísono -¡Camiri!- y así fue, los teléfonos que miraban sin pestañear sus dueños comenzaron a sonar indicando que ya estaban en un área donde llegaba señal. En efecto, pocos minutos después, con más de una hora de retraso entrabamos a la terminal finalizando mi alargado viaje de ida a esa ciudad.
Abapó
Abapó

sábado, 4 de agosto de 2012

Crónica de un corto viaje ( parte I )


Terminal de buses y trenes en Santa Cruz de la Sierra
Viajar en Bolivia es como en cualquier otra parte del mundo…mejor dicho casi cualquier  otra parte. El pasado fin de semana me tocó viajar a Camiri, una localidad a unos 300 kilómetros de donde vivo. Como acostumbro a hacerlo con frecuencia llegué a la terminal de buses que aquí les llaman flotas y rápidamente  compré el boleto. La terminal de Santa Cruz le llaman “bimodal”, allí llegan y de allí parten trenes y buses no solo a otros departamentos y provincias sino a otros países como Paraguay, Brasil o Argentina, lo que resulta novedoso para isleños como yo para quien el mar era el único límite territorial.
Desde la entrada a la terminal me asedian promotores de viajes ofreciéndome un “buscama de 5 estrellas”, con todas las comodidades pensadas y a precios económicos a Buenos Aires, Asunción o Rio de Janeiro, me escoltan durante el recorrido hasta entrar al edificio obviando lo mismo si le dices que vas a tomar un refresco o que vas otro destino. También pululan timadores de esos que esperan al desorientado viajero que llega  y haciéndose pasar por policías, acudiendo a ingeniosos artilugios logran estafarle la cantidad de dinero que puedan a sus victimas. 
Cuando al fin se convencen y me dejan tranquilo entro a la terminal, un amplio y limpio salón lleno de pequeños compartimentos donde cada empresa vende sus pasajes. Promotoras anuncian a gritos los destinos y las horas de salida, sin apenas permitir que puedas leer otras ofertas en la semipenumbra que “ilumina” la terminal.
Como es lógico aquí, un buen rato después de lo estipulado el bus se pone en marcha. Este vehículo al que yo me empeño en llamar "guagua" como en algunos lugares del Caribe, a pesar que aquí eso significa niño pequeño, ya cuenta con muchos años de explotación, primero en  Brasil de dónde provino y después  en las carreteras bolivianas. Luce muy desgastado, con cortinas malolientes y un motor que parece saltar en pedazos cada vez que cambia la velocidad, pero afortunadamente sus asientos  aun se reclinaban por lo que decidí hacerlo mientras leía el libro que me acompañaba en este viaje. 
Bus-flota-guagua-etc
Apenas hojee las primeras páginas un raro sueño se apoderó de mí. Creo que no dormí mucho porque cuando desperté aun no habíamos salido de la ciudad, el bus hizo una parada donde lo abordaron ruidosamente más viajeros que los que habían hecho al comienzo de su viaje, pasajeros que acostumbrados a esa ruta la esperan cuando ya ha recorrido toda la ciudad empeñando casi una hora entre embotellamientos y otros menesteres.
Paralelamente a los nuevos viajeros, disputándose quién andar primero por el angosto pasillo, arribó un ejército de vendedores pregonando infinidad de productos dentro de los que pude entender en el griterío de su publicidad: - charque,  choclo con queso, cuñapes acabados de hacer, mandarinas etc.
Después de una prolongada pausa el bus  echó a rodar de nuevo más animado  con sus viajeros consumiendo sin recato los productos alimenticios acabados de comprar.
Ya en la carretera, apenas nos alejábamos de la urbe, por la ventanilla que antecedía a mi asiento comenzó a entrar un aire frio que aumentaba mientras la guagua ganaba velocidad, discretamente miré a ver quién era la persona que desafiaba la temperatura con implacable tendencia a la baja, entonces vi que eran cuatro niños pequeños que viajaban con su madre que iba sentada a su lado, aguanté un poco el frio hasta que me percaté que ocupantes del asiento no tenían idea de cómo cerrar la ventanilla porque la señora extrajo de su amplio equipaje varias mantas y con ellas tapó a los niños, entonces sin mucho problema cerré el vidrio cesando el frio viento.
El viaje continuó acompañado por la voz aguda y fuerte de un hombrecillo bien vestido que subió o ni sé de dónde salió ofertando un producto para el reumatismo, después de una amplia introducción acerca de las propiedades de su oferta aumentó más el volumen de su voz significando que este se podía encontrar a un precio más alto en cualquier lugar,  enfatizando que ahí y solo por ese día nosotros éramos unos afortunados porque él vendería dos por el mismo precio de uno que podían adquirir el resto mortales que no tenían la fortuna de viajar en esa flota. Recorrió el pasillo con sus sobres milagrosos sin dejar de hablar. Al parecer no logró los resultados esperados en su gestión porque cuando pensábamos que nos habíamos librado de él volvió a la carga esta vez con otro producto más que milagroso, con más cualidades de laxante que los que ofertan  a precios inalcanzables cualquiera de las cadenas de farmacias nacionales y extranjeras, según afirmaba. Esta vez, quizás para librarse de él, los pasajeros adquirieron más de su producto y el hombre bajó. Mientras nos alejábamos lo vi cruzar al otro lado de la carretera, evidentemente aguardando otro bus en sentido contrario donde le permitieran subir a su gestión de venta y  regresar al punto donde pudo haber subido y así volver a repetir lo mismo hasta que terminara el día o tal vez la vida. (continuará)