domingo, 21 de mayo de 2017

De héroes y fantasmas


Donde hay fantasmas hay hombres también, tal vez lo hubiera pensado, pero así no fue.
En una de esas treguas que nos dio la lluvia de una semana plena de precipitaciones caminaba por Prospec Park en Brooklyn, ya para esta época del año el frío aunque hace resistencia comienza a ceder ante la primavera que con su paso lento va haciendo su aparición. Por eso ya había mucha gente en bicicleta, trotando, caminando o simplemente paseando mientras aprovechaban un poco de buen sol en la piel.
Mi celular sonó y me llegó la voz de un amigo desde la antípoda, por allá en Bolivia donde hasta unos meses yo decía lo mismo que ahora, pero de acá. Como preví que la conversación sería larga, pues siempre me pone al corriente de todo lo ocurrido por allá, así que me dirigí en busca de un lugar donde sentarme. 
Mientras caminaba entre las tarimas de los agricultores que ya publicitaban sus productos orgánicos, encontré un banco solitario donde daba directamente el generoso sol, en el cual me dispuse a descansar mientras terminaba la prolongada conferencia telefónica.
Una vez terminada la conversación guardé el teléfono en un bolsillo del abrigo, sentí una voz a mi lado que en español, pero con un ligero acento norteño me preguntó - ¿cubano eh? - respondí entre temeroso, desconfiado y sorprendido pues no me había percatado en qué momento llegó y se sentó aquel hombre joven, alto y rubio vestido de una forma absurda que ni sabía en qué consistía su absurdo. Al parecer hasta me había escuchado hablar, supongo, que fue por mi acento que adivinó mi nacionalidad, aunque reconozco que no es tan marcado como para que un extranjero lo adivine. Saqué media sonrisa mientras respondí afirmativamente. El hombre me tendió su mano derecha, fría, delgada y con una pequeña cicatriz  - Enrique - me dijo - Bueno...Henry, aunque en Cuba todos me decían Enrique.
Estreché su mano y retiré rápidamente la mía poniéndola en el bolsillo del abrigo aunque no había frío como para eso. Enrique se mantuvo en silencio, tuve ganas de despedirme, levantarme e irme pero la curiosidad, siempre la curiosidad - ¿has estado en Cuba? - Sí, como 9 años - ¿En la Habana? - pregunté y de paso hice mi publicidad para que supiera que soy de la capital - No,  que va, llegué por Las Villas y me mataron en Camaguey 
- Ahora sí, lo que me faltaba, me tocó un loco, tengo que irme de aquí.
El hombre me miró adivinando mi sentir y tranquilamente  me pidió con un gesto que no me fuera - quédate, te lo explico, me escuchas y si quieres después te marchas o mejor regreso de donde vine.
Lo miré y sin saber por qué, no sentí miedo, sonrió - me llamo como te dije Henry, Henry Reeves y fui brigadier general del Ejercito Libertador de Cuba, caí en combate.
- Conozco la historia de El Inglesito - dije como si aquel desconocido fuera en verdad quien decía - precisamente pensaba investigar dónde había nacido y vivido su infancia y ver si hay algún monumento en su honor.
- Nací aquí mismo en Brooklyn, claro compay en ese tiempo no había teléfonos celulares, ni guaguas, ni autos. Me fui a Cuba por el deseo de aventura de la juventud, pero allá conocí tipos duros, valientes y cultos, ah el Mayor General Agramonte, Sanguily y el jefe, bueno el jefe no era cubano, pero que tipo ese, cada vez que yo hacía una travesura me decía - te estas contagiando con los cubanos, igualito que yo que lo único que me falta es hablar gritando.
- No todos hablamos gritando - repliqué tratando de creerme que le seguía la corriente aunque realmente a cada momento me convencía que de verdad hablaba con El Inglesito - No se haga compay, jajaja - se rió todo lo alto que pudo, como un cubano o alguien que aprendió bien de los cubanos. Miré, a mí alrededor pasaban algunas personas pero nadie reparó en aquel tipo vestido tan raro, riendo como demente o como cubano que es lo mismo, además nadie mira a nadie aunque tenga el cabello de muchos colores, ande en carriola tranquilamente con 70 años en las costillas, haga flexiones, dé dos pasos y vuelva a hacer flexiones, mejor dicho planchas. La gente que pasa por aquí se viste y actúa como le da su gana y nadie repara en ello -  bueno, esto es New York - pensé.
- ¿Es verdad, eso que te tirabas frente a las balas? - dije por preguntar algo - Claro compay, de aquellos mambises no solo se aprendía a reírse, hacer chistes, hablar alto, y llegar tarde, también aprendí a no cogerle miedo a las balas y dar machete, con los cubanos y con el general que no lo era, pero que al fin lo era, aprendí mucho en poco tiempo…y con las cubanas…pa qué le cuento, jajaja - y volvió a reírse estruendosamente.
- Y…Reeves - le dije con mi mejor acento de periodista, asumiendo que podía ser en verdad aquel histórico general del Ejército Libertador de Cuba - si estás muerto ¿cómo fue que pudiste llegar aquí? - se puso serio, como si recordara algo que le doliera - Ni siquiera vivo hubiera podido llegar, ya sabes camará, los españoles me jodieron las piernas. Yo no llegué aquí, es tu pensamiento el que está donde me encuentro. En aquel momento me di cuenta  que El Inglesito Henry Reeves, el héroe norteamericano de las guerra de independencia de mi país estaba a mi lado, o mejor, yo al suyo a pesar de que no había podido investigar en qué calle nació, ni si había un monumento a su memoria. Pero, qué memoria, monumento ni un carajo si estaba ahí, materializado a mi lado como en una película de Tarkovki, sonriente como si hubiéramos sido vecinos toda una vida o toda una muerte.

De pronto temí que se fuera, que no tuviera tiempo de hacerle tantas preguntas y presentí que aquel momento mágico estaba llegando a su fin. Miré sus ojos claros y brillantes, me volvió a extender su mano blanca, delgada, con una cicatriz  y que ahora sentí cálida. Me regaló su sonrisa adivinando una de mis preocupaciones del momento - y no te preocupes, si yo aprendí a hablar español con los cubanos a ti te será más fácil hablar inglés 
- Gracias - le dije desde lo más hondo de mi corazón. Cuando retiré mi mano, ya no estaba.