jueves, 17 de abril de 2014

Botella al cielo para un dios de la palabra

A mis doce años  de edad llegó a mis manos un libro, era una novela impresa en papel de bagazo, colección Huracán. Su precio de 40 centavos se podía ver en la primera pagina, escrito mano y con lápiz. Todos en la casa hablaban de aquella novela "Cien años de soledad" y me consideré lo suficientemente maduro para leerla.
La leí de un tirón Gabo, al final quedé un poco desconcertado, pensando que no la había entendido e indudablemente fue uno de esos errores de adolescencia. Claro que la entendí, mi vida fue otra desde aquella remota tarde en aquella casona en Cocosolo, que hasta se me ocurrió parecido a Macondo, fui otro, quise escribir e incluso hasta lo he intentado muchas veces.
Hoy fue un día distinto, durante las 11 horas que estuve ante mis clases de Oratoria, no leí como acostumbro tus discursos "Ilusiones para el siglo XXI", ni "Botella al mar para el dios de las palabras", del que te tomo prestado algo. 
Hoy fue un día distinto, regresé por un camino que nunca transito, incluso al llegar a casa me tomé una cerveza para aliviar el calor, algo que nunca hago solo. Fue en eso momento que me apedreó la noticia de tu partida,  fue en ese momento que comprendí que aquel libro mal encuadernado, que sus hojas volaban al primer viento y que creí que no había entendido, me enseñó que puedo vivir 100 años sin conocer y conociendo la soledad. Buena eternidad Gabriel García Márquez, permíteme despedirte como una vez contaste que le gritaste a Hemingway en aquella calle de París, y que creíste que no te oyó:  MAESTROOOOOOOOO...

lunes, 14 de abril de 2014

¡Llegaron los huevos!

Cocosolo, el barrio. Foto del autor
Ojala que la anécdota que motivó la historia que hoy publico nunca hubiese ocurrido, aun con gotas de humor y "final feliz", así entre comillas. Ojala que millones, porque estoy seguro que pueden pasar de seis cifras comodamente, de realidades que han generado o pudieran generar historias como esta, nunca hubiera que contarlas o callarlas.  La isla entonces pesaría más y muchos no estuvieramos soñando con el mar. A Leopoldina, en realidad  Ernestina o N, como abreviabamos su nombre, quien nos dejó hace algunos años ya en la New York que sólo conocía por King Kong, Cari Grant y Deborah Keer en "Algo para recordar",  a todos los que han salido a cualquier parte del mundo a buscar su "trocito de felicidad", a los que se han quedado, con al menos el aliento que los otros lo encontraron,  quiero dedicar este cuento, que cualquier semejanza con alguna realidad no fue pura coincidencia.
                                     ¡Llegaron los huevos!


A Leopoldina, después de varios intentos por fin le dieron la visa para visitar a su hijo Fidelito, quien años atrás se había ido a los Estados Unidos en una rústica balsa confeccionada con cámaras de tractor ruso, un trozo de red tejida a mano y varios pedazos de madera, que de haberla visto su madre seguramente hubiera sufrido un infarto al no resistir la suerte que correría su único descendiente.
 Nunca se le olvidarán los agónicos días que pasó con la oreja pegada a la radio de onda corta, tratando de adivinar en medio del ruido de la interferencia, la gritería del barrio y la acechante  mirada de su hermano Ramón, quien al visitarla y atraparla en el fragante delito de escuchar la “radio enemiga” le espetaba una charla sobre el bloqueo, matizada con una parrafada del Manifiesto Comunista y algunas citas  de El Capital, que él mismo nunca entendió pero que sé aprendió de memoria.
Trece días después de desaparecer Fidelito del barrio, una amiga que escuchó “por casualidad” la innombrable emisora le dijo que habían dicho que su hijo llegó desfallecido y medio achicharrado por el sol tropical al que se expuso por más de una semana, y años después  ella pensaba que aquello no fue nada comparado con la casi infinita cola de más de 5 meses que tuvo que hacer frente a la Oficina de Intereses bajo lluvia, sol, sereno, frío, sed y muchas otras calamidades, y ni qué decir de la cantidad de tramites, así como dinero que gastó en las interminables gestiones para viajar a Miami donde reside su querido hijo. Pero el día llegó y allá se fue al aeropuerto acompañada por su hermana Olga, refunfuñando por haberse perdido una vieja película mexicana que dieron en la televisión la noche anterior porque tuvo que acostarse temprano para estar en el dichoso aeropuerto casi de madrugada.
Como Leopoldina padecía de presión baja, anemia, diabetes y tres o cuatro enfermedades más, Olga se hizo acompañar por su vecino Fermín  - Porque él es un muchacho bien preparado, sabe hablar inglés y ná que a lo mejor se presenta algo, que Dios no lo quiera y puede ayudar -  y así fue, porque después de pasar al  salón previo a la salida, un agente de inmigración preguntó con voz grave: - ¿Los familiares de Leopoldina Latóz, por favor ? - Olga no quiso oír más y se echó a llorar pensando lo peor, entonces Fermín con voz y paso decidido de pies planos alzando su mano derecha gritó - ¡Aquí!- El agente le entregó la caja de tabacos y varias tabletas de PPG previniéndole que era seguro que en el próximo destino serían confiscadas, así que era mejor que no las llevara.
 Una vez reparados del susto y comprobando que el avión levantaba vuelo perdiéndose en el cielo azul, regresaron a sus casas.
Tres horas más tarde sonó el teléfono en casa de “la China”, la presidenta del comité, quien era la única que tenía teléfono en la cuadra por lo que se sitúo el puesto de mando en su sala para esperar noticias, en la sala de la casa se encontraba Olga, renegando porque no pudo escuchar la novela de las dos, Fermín, quien ese día no fue a trabajar y  “se cogió el día” por vacaciones, Chinita, la hija de La China y su novio Erickson, un gigantesco pelicolorao noruego con mas cara de vikingo que el propio Erick El Rojo, el cual lógicamente no entendía ni papa de español como se dice en buen cubano, Estola, una vecina con su esposo Pepe el camionero, que tenía el camión roto por lo que estaba “interrupto” aunque llevaba consigo su bicicleta “Forever” disponible para por si acaso; Ramón, siempre preocupado porque su hermana podía enfermarse - y allá ni la educación ni la salud son gratis - mientras que Igor Brian su hijo que en voz alta le espetaba que ya su tía estaba muy vieja para ir a la escuela - y él lo miraba con reprobación señalando disimuladamente al extranjero quien - ¿que iba a pensar de la juventud? -  Además en la pequeña sala de la casa había algunos vecinos que entraban ávidos de noticias, más los niños pequeños que ese día no asistieron al circulo infantil que estaba cerrado porque no entró agua.
 Cuando sonó el timbre del teléfono todos se tiraron al aparato, Fermín ágilmente logró descolgar primero, se llevó el auricular a la oreja derecha e instantes después dijo al grupo de desesperadas personas - Es de allá, sonó el pitico, alo alo ¿Who is called? - menos mal que el sabe inglés - comentaron los impacientes espectadores - Ah es Fidelito ¿cómo le va a la vieja por allá? - todos miraron con alegría, el vikingo no entendió nada pero también sonrió - ¿cómo, que no ha llegado, que habrá pasado coño?
 - ¡Ay! - gritó Olga - ¿qué le pasó a mi hermana?
- Dice Fidelito que la está esperando en el aeropuerto de Miami, que han llegado todos los aviones de la Habana y de ella nada -  comunicó el improvisado vocero al publico al tiempo que tapaba el micrófono - ¿qué hago Fide, ah, está bien, chao; él llamará en media hora, caballeros hay que ponerse para esto porque parece que la vieja Leopoldina se perdió.
- Ay mi hermana, tan buena que era - gimió Olga
- Mi tía se perdió – lloró a viva voz el niño
-Coño, que embarque, ella me iba a echar la carta en el bombo internacional - pensó contrariado Igor Brian mientras Ramón lo miraba fulminantemente asegurando después con precisa calma  - Lo más probable es que la hayan secuestrado los de la mafia anticubana de Miami, por lo tanto debemos movilizarnos y denunciarlo ante la opinión publica nacional e internacional.
-  Liberen a Leopoldina  - gritó  la China emocionada.
- Que devuelvan a Leopoldina - exclamaron acopladamente los niños entre sollozos.
 Olga se desmayó, Violeta otra vecina fue a buscar alcohol para reanimarla mientras que Pepe insistía en llevarla para el hospital en su bicicleta. Igor Brian  en silencio disfrutaba la escena con una sonrisa burlona que se acrecentó al ver a su padre garabateando consignas enardecidas en su agenda, con el propósito de lograr lo más rápido posible la liberación de su hermana presuntamente secuestrada. Ya se imaginaba entrevistado en el noticiero de las ocho de la noche, mintiendo emocionadamente que su hermana siempre había sido una combativa cederista, destacada en donaciones de sangre, trabajos voluntarios y vigilantes guardias.
Por su parte Chinita, la hija de La China aprovechó la confusión para irse con Diamante, su anterior novio cubano a quien poco le importaba el compromiso con el noruego que sentado en la sala de aquella casa de locos tropicales, sòlo asentía, negaba, reía o ponía cara de disgusto según apreciaba el desarrollo de los acontecimientos.
El timbre del teléfono sonó de nuevo pero esta vez ya no hubo disputa pues todos coincidieron que por Fermín  saber inglés tenía todo el derecho a ser quien recibiera las llamadas de Estados Unidos u otro país de habla inglesa.
- Fidelito, si... dime - gritó - ¿nada? coño mi hermano, resignación, si, si, nosotros vamos a investigar por acá, oye yo te mandé una carta con ella pero bueno, oigo, halo, halo please, me cago en diez - dijo virándose para los demás quienes seguían la conversación atentamente - que jodienda, se cayó la llamada pero logró decirme que todavía nada.
 De nuevo comenzó la gritería y el desconsuelo de familiares y amigos, el vikingo puso cara de angustia aunque seguía sin entender nada. Pepe por encargo fue para La Plaza a comprar velas mientras que Olga, quien estaba destruida, fue a su casa acompañada por Chinita (quien ya había terminado con Diamante) a buscar una fotografía de su hermana.
 Ramón no perdía tiempo y buscaba en la agenda los números telefónicos de varios conocidos “- que están arriba”- para rápidamente comenzar al campaña mundial por la liberación de la compañera Leopoldina, pero no le quitaba la vista de encima a  Igor Brian, quien ya intentaba entablar una conversación con el noruego que le resulto sospechosa pues detectó cuando su hijo le preguntó a Fermín cómo se decía carta de invitación en inglés.
Luego de tres desesperanzadoras llamadas de Miami, que por supuesto atendió Fermín, nombrado oficialmente representante del barrio para las relaciones internacionales, comenzaron a perder todo tipo de esperanzas, alguien hasta sugirió que ya podían encenderse las velas frente a la fotografía de Leopoldina, pero su hermana dijo que nó, que había visto en una telenovela mexicana, que Chinita alquiló en el banco de Alexis, que a una señora le había pasado lo mismo y apareció diez años después casada con un millonario americano.  Sin embargo las velas se encendieron pero por otro motivo... llegó el familiar apagón el cual fue recibido con improperios y el consabido recuerdo a las madres de los presuntos causantes. En medio de la oscuridad sonó el teléfono, Fermín, confiado ya en su autoridad para con el aparato no se apuró. Del otro lado de la línea Fidelito, con la voz desconsolada y sollozante le decía que su madre no había llegado, que todo quedaba en manos de Dios y que no volvería a llamar hasta por la mañana porque las llamadas estaban muy caras. Su interlocutor le contestó que no se preocupara, que todos estarían en vela hasta tener noticias.
 A las 11 y media vino la luz, todos tenían hambre, pues nada habían comido durante el día. El vikingo pareció comprender y sacó de su jeans un billete de 20 dólares. Pepe casi se lo arrebató de la mano y a gran velocidad en su bicicleta “Forever”, fue para la cafetería Rumbos que estaba abierta las 24 horas a comprar algo que comer y algunos refrescos. Ramón continúo elaborando ardientes consignas mientras que Igor Brian se fue para el patio con el radiecito de pilas a escuchar clandestinamente “Radio Martí”   con el afán de averiguar sobre su tía.
La mañana los sorprendió a todos dormidos, Ramón, quien siempre daba el ejemplo fue lógicamente el primero en despertar dando el “de pie” al estilo con que se hacía en “los gloriosos albergues cañeros” de los años 60 y 70, cuando no sé perdió ni una "zafra del pueblo". Enseguida todos se despertaron, se estiraron ruidosamente y comenzaron a contarse unos a los otros sobre lo buena que había sido Leopoldina en vida. El teléfono sonó y todos los oídos quedaron atentos a la voz de Fermín de quien ya su protagonismo comenzaba a levantar envidia en algunos de los presentes.
- Halo, ah Igor Brian es para ti... y apúrate.
Como todos estaban aburridos de hablar lo mismo (alguien susurró que podían jugar una partida de dominó pero lo pulverizaron con solo mirarlo) sin ponerse de acuerdo hicieron silencio para escuchar descaradamente lo que el joven hablaba y no parecía importarle que escucharan - Eh ¿sí? Que bueno, así que ya llegó la inscripción de nacimiento del abuelo, que eficientes son esos gallegos, bueno mañana mismo voy a marcar en la embajada de España, al instante todas las miradas fueron a Ramón quien solo murmuró algo relacionado con la xenofobia en Europa.
Entonces el tiempo se detuvo, todo se olvidó, hasta los mosquitos se paralizaron por un instante precedido de un grito- ¡Llegaron los huevos! Sin previo aviso todos se lanzaron libreta de abastecimiento en mano a la cola de la carnicería dejando solo al pobre noruego que con su cara de comemierda  no entendía nada de lo que pasaba.
El teléfono sonó de nuevo y al pobre escandinavo no le quedó más remedio que descolgar – Halo - dijo tímidamente - Oye Fermín -  habló Fidelito del otro lado -  la vieja ya está aquí, lo que pasó fue que ella al ver la cola  tan larga en  el avión para Miami se puso en otra que había menos gente y era una salida para Burkina Faso, imagínate como dio vueltas por todo el mundo la pobre, pero ya está aquí mi hermano, coño si hasta me dio ganas de llorar cuando me vio y me dijo - Fidelito mijo que gordo estás. El noruego no entendió nada, miró a su alrededor y no había nadie, entonces discretamente colgó  el teléfono.