jueves, 23 de marzo de 2017

New York


                             
Hay anhelos que se convierten en deseos, deseos que se convierten en sueños y sueños que pueden convertirse en realidad o en frustración, aunque ese último término debe estar siempre en lo más profundo del cajón de las cosas inútiles y por delante de todo los sueños y los propósitos.   
Un día soñé que iba a New York. No me atreví a contárselo a nadie por muchos motivos y entre esos motivos estaba que me acusaran del dichoso diversionísmo ideológico o cuando menos se rieran en mi cara ya que por aquel entonces hasta viajar dentro de mi país era algo quimérico. 
La imagen de New York solo nos llegaba por aquel entonces a través de películas y fotos antiguas, así conocí al King Kong de los años 30 y El Padrino en un libro que casi en clandestinidad nos pasábamos de mano en mano con la condición de leerlo en pocas horas. También por las noticias, casi siempre malas noticias de drogas, crímenes y asaltos, alguna que otra leyenda urbana de vengadores anónimos o el popular Pedro Navajas y en la lejanía Sinatra cantando New York, New York. Pero el tiempo poco a poco fue tumbando barreras y de cierta forma amando mi sueño terminé en un platónico amor por la Gran Manzana. 
Nunca olvidaré aquella mañana de lunes donde quisieron quebrarla, aterrorizarla, herirla de muerte y como con el dolor de un amante por su ultrajada amada tuve algunas pequeñas escaramuzas con personas que sintieron alegría o simplemente intentaban justificar el cruento acto de terrorismo de aquel septiembre 11 casi empezando el siglo.
Hoy puedo decirle a Calderón de la Barca que no siempre los sueños, sueños son, sino que también es posible realizarlos con un poquito de perseverancia y empeño, por eso hoy caminé por el asfalto de la jungla, por la capital del mundo, por la ciudad de New York.