"El Signo del Zorro" de Rouben Mamoulian |
Hay cosas que nunca olvidaré, una de ellas es la primera vez que fui al Estadio Latinoamericano para ver un juego de beisbol, aquella tarde de domingo cuando entré al Coloso del Cerro y vi aquel terreno "en colores con peloteros de verdad", nunca se me olvidará. No pasa así con el cine, en mi memoria no he podido hallar la primera vez que ingresé a una sala oscura, aunque posiblemente fue de la mano de mi abuela al Cinecito de la calle Galiano para disfrutar una “Tanda de cartones”.
Lo que si aún persiste en mi mente es la primera vez que fui solo (sin mayores), al legendario cine Principal en Marianao, era domingo en la mañana y proyectaban la ya entonces añeja “El signo del Zorro”. La entrada en cuestión valía solo 20 centavos y todos los niños del barrio nos acomodamos en las lunetas de madera gritando a cada estocada de Tyron Power, dejando a la salida un rastro de Z por todo el camino hasta nuestro humilde barrio.
Eso era el cine, un espectáculo inolvidable, una salida, un acontecimiento del que todos podíamos disfrutar. Los “mayores” siempre trataban de provocarnos envidia con aquello de:- ahora no es lo mismo, antes si era bueno, echaban dos películas de cow boy por 10 centavos y pasaban las vendedoras con una caja que colgaban del cuello ofertando chicle, caramelos y cigarros - y yo sentía nostalgia por aquello que no vi mientras los más grandes disfrutaban, tal vez mintiendo, de cómo se pasaban el domingo en el cine y añorando tanto aquellas películas de mariachis y vaqueros.
La magia me atrapó y de qué manera, el cine se hizo mi pasatiempo favorito y no había jueves que me perdiera un estreno aunque fuera una película sovietica, el tiempo pasó y mi afición no, me hice asiduo a la Cinemateca, Wajda y Tarkjovki entraron en mis preferencias, Titón y Subiela me atajaron con su encanto, Sanjines me inculcó conocer "La Nación Clandestina", Coppola con El Padrino alguna vez me hizo dudar si aquellos gánsteres eran buenos o malos y Spielberg a quien descubrí después de una piñasera para entrar al Gran Cine cuando estrenaron Tiburón, me metió en el cuerpo eso de tomar una cámara para lograr sueños como ET .
A Chaplin, Buñuel, Eisenstein y otros clásicos del cine silente los fui conociendo mejor más tarde, me pasó igual que con la música de María Teresa Vera, Barbarito Diez, Matamoros, etc., que me burlaba cuando mi abuela entonaba sus canciones, asegurando que aquello era música de viejos.
A Chaplin, Buñuel, Eisenstein y otros clásicos del cine silente los fui conociendo mejor más tarde, me pasó igual que con la música de María Teresa Vera, Barbarito Diez, Matamoros, etc., que me burlaba cuando mi abuela entonaba sus canciones, asegurando que aquello era música de viejos.
Después mi vida profesional transcurrió muy cercana al cine haciendo que mi voraz apetito cinematográfico no desapareciera, aunque si muchos cines, como los citados Gran Cine y Principal, desaparecieron vencidos por el abandono matizado con un cartel que rezaba “cerrado por reformas” que nunca llegaron.
Las video caseteras Beta y VHS, así como el trasiego, en ocasiones clandestinos, de películas suplieron en algún modo la ausencia de muchos cines que solo unos pocos abrían “remozados” en la primera semana de diciembre durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, adonde acudíamos orgullosos de mostrar la credencial que nos permitía pasar delante de la inmensa cola de gente que soportaban el frio del último mes del año para ver una película del “Festival”. Hasta en una ocasión ostenté repleto de orgullo la acreditación de participante cuando fue seleccionado para participar el cortometraje "Un perro habanero", resumido homenaje a mi manera, al séptimo arte.
A la era del DVD me subí fuera de Cuba cuando esta ya había andado bastante, como el video no es lo mismo que el cine, aunque ya el cine tampoco es lo mismo y mucho menos el cine de aquí o el complejo de cines donde se me ocurre que mucha gente va más a que la vean que a ver una película. El hispaninglish Cinecenter, como se llama el complejo de salas cinematográficas de esta ciudad me recuerda más con su inmensidad de sillas, mesas y ruidos de comensales al comedor de la siderúrgica "Antillana de Acero", donde hice mis practicas cuando era estudiante de electrónica, que al céntrico Yara o al añejo Payret de mi ciudad natal. Se me antoja algo vacío, a pesar de que algunos le llamen light, exclusivo, que lo hace también excluyente por sus precios que invitan a comprar discos piratas en cualquier puesto de los muchos mercados cruceños. Realmente en ningún modo me recuerda al cine de mi infancia y adolescencia, estoy seguro que prefiero aquel viejo cine-teatro Principal con su calor solamente amortiguado por ruidosos ventiladores, sus lunetas de madera y su taquilla a lo Brodway, a ese sofisticado complejo cinematográfico con su patio de comidas, restaurantes, venta de joyas, rifas de autos, bancos, piscinas, salas de juegos, ...ah y cine.
"La Nación Clandestina" de Jorge Sanjines |
"Stalker" de Andrei TarkovkiI |
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