sábado, 23 de julio de 2011

¿ÉRAMOS?

Santa Cruz de la Sierra. Foto del autor

"Eramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño. Eramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España. El indio, mudo, nos daba vueltas alrededor, y se iba al monte, a la cumbre del monte, a bautizar sus hijos. El negro, oteado, cantaba en la noche la música de su corazón, solo y desconocido, entre las olas y las fieras. El campesino, el creador, se revolvía, ciego de indignación, contra la ciudad desdeñosa, contra su criatura. Eramos charreteras y togas, en países que venían al mundo con la alpargata en los pies y la vincha en la cabeza."

No solo parece un poema,  éramos es un poema aunque forme parte de un ensayo escrito por José Martí que tituló Nuestra América. Ahora, más que un poema es una realidad tangible a más de 100 años de su creación y eso lo constaté desde la primera vez que salí a caminar “por la cintura cósmica del sur”, específicamente Bolivia.
Si Martí transitara por las polvorientas calles de Santa Cruz de la Sierra en este siglo XXI seguro hallaría múltiples Spa, algo así como una máscara foránea impuesta  con la intensión de hacer más comercial a lo que conocíamos por gimnasio, llena de esos que quieren desarrollar pechos de atleta y  continúan con manos de petimetre que en vano se empeñan desarrollar con pesas, poleas o esteroides sin percatarse que solo el trabajo creador será capaz de hacerlos como ellos quieren.
El indio sigue mudo, no porque haya desarrollado una capacidad disfuncional que le impida articular palabras, el motivo es otro: no lo dejan hablar, y cuando intenta alzar su voz, de tanto resentimiento suena como graznido de cisne, se siente desafinada, resentida y los amos de siempre asustados le prometen convertirla en suave, dulce y audible, pero al final entre ambos crean una especie de prepotencia, de venganza ancestral que logra que aquellos discriminados no solo no puedan traer el paraíso prometido a los suyos sino que se acomodan, se olvidan y todo lo justifican con pura palabrería mientras llenan sus bolsillos para después salir buscando un Spa donde crearse su máscara.
He visto a ese campesino, el creador, en furiosa impotencia tratando de destruir infructuosamente el asfalto de una avenida paceña. Eran interminables marchas donde pedían lo que les decían sin saber porqué, donde vencidos por el alcohol que suministraban sus líderes repetían en el castellano, que le continúan imponiendo, consignas idénticas a las enarboladas en la segunda mitad del siglo pasado mientras que a su paso destruían todo lo que les recordara desarrollo, pavimento, ciudad y se revolvían furiosos contra ella, tratando de destruirla.
El negro, con su música sigue desterrado al calor intenso de Los Yungas, transitando por mortales caminos, allá en lo último de la escala, cuestionándose si no era mejor seguir con comida segura y cadenas en el barracón.
Porque si José Martí se equivocó en algo fue en el término “éramos”, despertar y ver la realidad de América Latina, Nuestra América es darnos cuenta de que no éramos sino que somos y lo peor, no sabemos hasta cuándo.




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