Por estos días de disputas en tu nombre te recuerdo mucho, estoy seguro que ni siquiera esos que vociferan tanto, saben a ciencia cierta qué es vivir sin ti, pero los entiendo y tanto o más a los otros, aquellos que te heredaron de una guerra hace más de cien años y que no admiten que nadie les cuestione tu pertenencia.
Pero eso no es lo más importante, para mi tú eres mucho más que esa “gran masa de agua salada”, con costas, ensenadas, acantilados, playas, cuevas y puertos donde atracan los barcos. Eres, Mar, algo puro, misterioso e infinito, el alma de la tierra.
A veces pienso cuántas cosas bellas se pierden aquellos que no te tienen. Aun Suiza, con sus riquezas y lagos, no sabe de desembarcos de piratas, contrabando de bucaneros o encarnizados abordajes en alta mar. Los pueblos sin ti no han disfrutado, como yo, a su maestra de Geografía explicando que es la brisa y el terral, esos vientos que sin tu presencia no tienen razón de ser.
Pobre gente que nunca ha disfrutado la increíble sensación de zambullirse en tus aguas saladas y sentir ante sus ojos el mundo silencioso y lento de peces con miles de colores paseando por doquier orgullosos e indiferentes, el golpear de una furibunda ola contra el sereno arrecife formando esa blanca espuma que va a fundirse con la inmutable y hospitalaria arena. Infortunados los que no han sentido el olor del salitre mientras contemplan el atardecer al lado de la persona amada o simplemente en la soledad que deja de ser cierta cuando estás cerca, Mar.
No era mi intensión escribir tanto, el objetivo era mostrar algunas fotos de ti, pero siempre hay mucho que decir, desde tu calma en noches frías hasta la furia de una tormenta de verano, es que todo eso he vivido y extraño llevando tu marca como buen costeño que ha ido a parar a un país mediterráneo. Lo supe cuando niño iba la escuela y al cruzar la cuadra del parque volteaba la vista a la izquierda (el norte), y allá, al final de las calles te descubría, seguro, azul, con tu línea del horizonte severa e inalterable, entonces tu fuerza me daba aliento para resistir las próximas cinco horas de clases mirando soñoliento al profesor o la profesora, rogando en mi mente que pasara el tiempo para volvernos a encontrar al regreso, oteando esta vez a la derecha (también el norte), para volver a contagiarme con tu encanto y tal vez prever irme a dar un chapuzón en tus aguas al finalizar la tarde.
Fotos del autor |
¡Excelentes las fotos! No hay mejor compañía para la tristeza, ni Ser más cómplice para el Amor. O.
ResponderEliminar