viernes, 10 de agosto de 2012

Crónica de un corto viaje ( final )


Parada en Abapó
El viejo motor  ronroneaba menos calamitoso al aumentar la velocidad, todo en el bus era tranquilidad, ya no entraba el gélido aire por la ventanilla delantera donde los niños dormían plácidamente, solo un olorcillo a coca (que no es cocaína), se fue poco a poco apoderando del vehículo herméticamente cerrado, evidentemente uno o más pasajeros habían comenzado a "bolear", que es una costumbre, según cuentan, ancestral de los habitantes del Altiplano. Consiste en introducir en el interior de la boca  varias hojillas de la planta de coca que mastican sin cesar haciendo una especie de bola, la cual muchas veces combinan con bicarbonato de sodio produciendo una fermentación al macerar con dientes y encías la hoja, que le permite estar despierto y en incansable actividad. El olor, por así llamarle, es fuerte y en ocasiones bien desagradable para quien no bolea.
Comenzaba ya adentrarme en los argumentos del libro ante mis ojos cuando  en medio del camino el bus se detuvo suavemente, por el pasillo irrumpió un gran número de personas que más tarde pude conocer que procedían de otro vehículo más pequeño que se había averiado en medio del camino. La tranquilidad se rompió y los asientos que habían permanecido vacíos hasta ese momento fueron ocupados por los desesperados viajeros que al fin podían reanudar su viaje y yo mi lectura.
Horas más tarde llegamos a un lugar conocido como Abapó, allí se detienen todo tipo de vehículo para que sus ocupantes estiren las piernas, acudan al baño y de paso ingieran algún refrigerio, el lugar está ubicado poco antes del puente que cruza el río de igual nombre y está matizado por una tremenda cantidad de improvisadas casuchas, una al lado de la otra, donde todas ofertan los mismos productos que promocionan a puro grito las elaboradoras-anunciantes-vendedoras: - empanada de queso, empanada de pollo, café, soda, jugo…- Una tropa de niños le ayudan ofertando cara a cara los productos, siempre es así, pienso que siempre ha sido así y seguirá siéndolo.
Abordé el ómnibus cuando se ponía en marcha, mi lugar a pesar de que varios pasajeros viajaban de pie o sentados en el piso había sido respetado. Me recliné y me dispuse a continuar leyendo el libro que me acompañó ese viaje: "Manual del perfecto idiota latinoamericano", tratando infructuosamente de no encontrarme entre sus paginas, cuando las luces interiores del vehiculo encendidas unos minutos antes de partir se apagaron bruscamente, mi primera reacción fue de sorpresa, después me di cuenta que el único bicho raro que se dedicaba a la lectura era yo, los demás al unisono encendieron las pantallas de sus teléfonos móviles y se la pasaron mirándola fijamente como hipnotizados, moviendo con habilidad las teclas, dejándome en la ignorancia acerca de qué estaban haciendo que tanto los absorbía.
El viaje transcurría tranquilo, alrededor de la carretera solo se veían arboles xerofíticos propios de aquella región del chaco boliviano, escoltados más atrás por una vegetación mucho más frondosa formando una efímera, inmensa y verde pared descubierta por las luces de la flota.
El sueño me embargaba cuando una voz de los primeros asientos grito: - Ay, pare por favor, por diosito, que me pasé de donde  debí bajar. De nuevo los frenos destilando ruidosamente aire y una señora vistiendo de pollera y atavíos típicos de la región occidental del país bajó apresurada llevando su equipaje consistente en una abultada bolsa de aguayo. Antes de descender escuché como el conductor le replicaba - miré bien doña, esta es la tercera vez que se pasa de su lugar - y de nuevo nos pusimos en marcha mientras trataba sin resultados de ver en qué parte de aquella maleza penetró la señora que desapareció ante mi vista.
Cuando no sabía de qué forma sentarme vi a lo lejos un resplandor que emergía sobre el oscuro paisaje, los niños que al parecer conocían de la señal gritaron al unísono -¡Camiri!- y así fue, los teléfonos que miraban sin pestañear sus dueños comenzaron a sonar indicando que ya estaban en un área donde llegaba señal. En efecto, pocos minutos después, con más de una hora de retraso entrabamos a la terminal finalizando mi alargado viaje de ida a esa ciudad.
Abapó
Abapó

1 comentario: