miércoles, 13 de junio de 2012

Campo Alegre


 Campo Alegre
Era diciembre, otro diciembre de tantas promesas y esperanzas, tenía 13 años y era uno más de aquellas filas ordenadas que soportaban las bajas temperaturas a la entrada del comedor mientras esperaban el desayuno, Casi todos llevaban camisas grises bajo el abrigo o la camiseta enguatada que les cubría del frío. El golpear de las cucharas contra los jarros metálicos se fue atenuando poco a poco, los profesores vigilaban la formación advirtiendo que a quien no hiciera silencio lo reportarían perdiendo puntos en la emulación. 
Solo se escuchaba el ruido del viento fuerte y frío de aquella mañana calándole los huesos, pero aun no daban la orden de entrar a consumir el ansiado desayuno. Faltaba decir el lema. Una por una las 8 brigadas lo fueron haciendo, un coro de voces acopladas en horas de ensayo la noche anterior enarbolaban las consignas indicadas. La última fue la suya, era impactante, innovadora y así comenzó con la voz del más grande, una voz ya cambiada de niño a adolescente, una voz casi de hombre que preguntó con firmeza:
 - ¿Si avanzo ? - 
- ¡SIGUEME¡ -  respondió el coro acoplado y temblando de frío
- ¿Si me detengo?
- ¡ EMPUJAME¡
- ¿Si retrocedo?
- ¡¡¡MATAME¡¡¡
- ¿Por qué?
- ¡ PORQUE ES MEJOR DEJAR DE SER, QUE DEJAR DE SER REVOLUCIONARIO ¡ -
respondió atronadoramente el inmolable coro.
Terminó la tensión, los jarros empezaron a sonar de nuevo y ya los profesores no se preocupaban tanto porque cesara la bulla. La brigada que mejor había dicho el lema fue la primera en entrar, por supuesto la de él. Recogieron el pan redondo y extendieron disciplinadamente el jarro que llenaron de leche hirviendo aun. 
No sabía cómo empezar a tomar aquella leche, sin café como le acostumbraron en su casa, cada vez que colocaba sus labios en el aluminio caliente se quemaba y saltaba ligeramente, a su lado un repitente que había participado en varios campamentos se reía con desfachatez de su torpeza. Por fin pudo beber algunos sorbos de aquella cosa caliente, después se fue enfriando y la bebió totalmente, su paladar sin entrenamiento no pudo definir qué era aquello, le dio ganas de vomitar pero en aquel comedor repleto de violentas almas adolescentes podía ser una provocación.
Apenas pudo lavar con agua solamente el jarro, entró al albergue y lo metió en la maleta de madera cerciorándose que cerró bien el candado. De ahí corriendo a la carreta a coger un buen puesto donde el frío no diera tan de frente.
No pasaban las 7 y media y ya estaba frente al surco que le tocaba desyerbar, parecía que no tenía fin, se perdía en la lejanía donde imaginariamente se unía a los demás. Empezó lentamente a sacar las malas yerbas que crecían acompañando las matas de tabaco. La voz ronca de la profesora le hizo reaccionar- arriba, nada de majasear, aquí se viene a trabajar - siguió su penoso trabajo hasta que la vio distraída alejándose, entonces reanudó su lento laborar. Por su mente pasó que ya era el tercer día de su estancia en aquel campamento, cumplimentando la etapa de "La escuela al campo" en su primer año de secundaria y ya quería irse a su casa que nunca debió dejar, el embullo juvenil por aquella aventura casi de carácter obligatorio se le había evaporado desde que las guaguas se detuvieron en lo que llamaron el campamento que consistía en una antigua granja de pollos con literas que de colchón solo tenía un trozo de saco de yute y de piso tierra cubierta con gravilla, habilitada para que pasaran aquellos dos meses más largos de sus cortas vida vidas. Esa sería su realidad en los próximos 60 días, nada que ver con el campo alegre, la canción de moda del momento que también se usaba como propaganda para la incorporación "voluntaria" de estudiantes a la escuela al campo (continuará)


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