martes, 12 de junio de 2012

Campo Alegre (final)

Primer domingo, día de visitas. Su familia llegó temprano, tenían carro, aunque por aquel tiempo habilitaban ómnibus que llegaban hasta cerca de los campamentos más accesibles. Eran las 8 de la mañana cuando lo despertó la mano amorosa de su madre, en un termo llevaba café con leche aun caliente, tal y como acostumbraba a desayunar cuando tenía una vida normal. Lo vieron  triste, sucio y desaliñado. Enseguida expresó que no quería seguir allí, que deseaba más que nada regresar con ellos a su casa, allá donde dejó sus juguetes, sus soldados de goma, su barco pirata, que previendo que su hermano menor se adueñara de ellos escribió un listado de lo que debía encontrar cuando regresara de aquellos dos meses que presentía como siglos. Sintió deseos de llorar pero no lo hizo, el padre lo miró compasivo pero evadió su propuesta diciendole que allí se haría un hombre y él pensó que su padre era un hombre y nunca había pasado una escuela al campo. Tal vez por eso no le contó de aquella primera noche cuando al apagarse la planta electrica y quedar en penumbras las piedras que cubían el polvo del piso fueron lanzadas al azahar y sin tregua por todos ellos, que uno de sus compañeros resultó golpeado en la frente provocandole una profunda herida, que los sacaron a todos al exterior a pesar del frío y como nadie dijo quién rompió la cabeza de su compañero (era prácticamente imposible saberlo), los mandaron a recoger todas, una por una, no podía quedar ninguna homicida involuntaria  piedra dentro. Allí estuvo, escarbando entre el polvo hasta que en la madrugada el jefe del campamento decidió que debían ir a dormir, así se acostó en el saco de yute cubierto por su sabana blanca que había dejado de ser limpia. Apenas durmió rogando inútilmente a su asma que apareciera. Llegó aquella mañana y la otra en que dijeron el inmolante lema, vencedor por supuesto, de la emulación que le otorgó el privilegio que su brigada fuera la primera en desayunar. 
Obvió decirle como descubrió a Reinaldo mostrandole su pene erecto a Jaimito que lo miraba temeroso e indeciso, no le contó de la bota que Mandarria, uno de sus compañeros, arrojó violentamente al ojo derecho de René el gordo dejándolo cerrado por varios días. Solo quería irse y hasta deseaba contraer sarna como su amigo Luis quien felizmente se iba dejandole la comida que su familia le llevó para pasar la semana, no le contó de la letrina asquerosa, de la ducha con agua helada donde debajo de una especie de plataforma corrían las aguas con excrementos de sus compañeros que hacían bromas con ello, no le contó de lo horrible de aquellos tres largos días en que le quebraron su infancia. Solo vio la cara de su padre negando ligeramente, tal vez pensando qué dirían los compañeros del Partido acerca de que no hizo un buen trabajo ideológico con su hijo el cual se había "rajado" de la Escuela al Campo. Aun así sintió deseos de gritar que quería irse, que no le importaba que a partir de ese entonces, aunque con solo 12 años, ya tendría una mancha en su expediente. Fue en ese momento cuando un griterío los hizo reaccionar, cerca de ellos Jaimito iba con su familia hacía la carretera adonde llegaban los ómnibus, la hermana mayor sostenía la maleta de madera color naranja bien pintado, caminaban apurados mientras una turba compuesta por muchos alumnos gritaban a más no dar - blandengue, rajao - así, entonando musicalmente una conga, mientras el niño con la cabeza mirando al piso apuraba el paso y la profesora que dijo que allí no se iba a majasear dirigía el combativo coro de insultos. Su padre lo miró como queriéndole decir que ese era el ejemplo de lo que pasaba con los débiles, esos que jamás se graduarían de hombres y siempre serían la burla de sus camaradas. Entonces lo pensó bien y dijo que se quedaría.
En las próximas semanas se fue adaptando. Como debían hacer los hombres aprendió a fumar, se escapó varias veces al campamento de las hembras donde tuvo su primera novia, su primer beso, su primer toqueteo. Se hizo hábil en eso de desaparecer al monte cuando había que subirse a la carreta y aparecer una vez que esta llegara al campamento después de la jornada de trabajo. Se fajó tres veces, lo pedían entre los primeros para jugar pelota.  En las noches aprovechando su buena memoria mejor que su entonación se destacó cantando, incluso hasta algunas canciones de presidiarios, en tiempo de guagancó, que le enseñaron algunos de sus condiscípulos que  habían pasado esa experiencia, al ritmo de varios pares de manos golpeando sobre la maletas de madera...has manchado con tus lagrimas las rejas, pero limpiala no vaya a se que algún penado, al tocarla se quede envenenado, con el veneno de tus lagrimas ramera...
Claro que se adaptó, hizo amistad con los repitentes, rompió el candado de la maleta de un compañero sustrayéndole un paquete de confituras, aprendió a hablar alto diciendo malas palabras, a sobresalir entre los demás. Por último hasta le otorgaron el honor de guiar al coro de la brigada donde engolando su voz gritaba a todo pulmón el lema :
-  ¿Si avanzo?
-  Sígueme
-  ¿Si me detengo?
-  Empujame.
-  ¿Si retrocedo? 
-  MATAME
-  ¿Por qué?
-  Porque es mejor dejar de ser, que dejar de ser revolucionario.

El tiempo le pasó mucho más rápido de lo que pensó en los primeros días, de esa forma cumplió con la escuela al campo. Regresó con el pelo largo, sucio, alegre, cumplidor y victorioso, entonando aquella canción de moda.
Llegó a su casa y mientras disfrutaba del especial almuerzo en honor a su llegada fue que cayó en cuenta que no le importaba que su hermano hubiera tomado sus juguetes, que ya no le gustaban las aventuras que transmitían por la radio, que de pronto y en tan poco tiempo dejó de ser niño. Se sintió algo frustrado pero no podía retroceder, el lema siempre lo llevó consigo durante tantos años que incluso llegó a creer podía ser algún hombre nuevo.
Miró a su alrededor, sabía que lo que más abundaba por allí era su triste historia, incluyendo aquellos a quienes hicieron abordar la nave de Peter Pan pensando que de esa forma escaparían de su experiencia, ellos también dejaron de ser niños de un día para otro, sin pausas, sin derecho a decidir. Las luces se apagaron, solo quedó iluminado el escenario, allí estaban los Formula V, cuarenta años después, cantando con él y con todos, El campo alegre.


Concierto de los Formula V en Miami. 2010

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