domingo, 25 de marzo de 2012

Recordando El Padrino

                                 
El bombillo incandescente de la cocina de la casa en que vivo siempre parpadea indeciso, cuestionándose si quedar alumbrando o dejarme en la oscuridad. Con un ligero golpe de mi pulgar derecho logro que se estabilice y quede quieta su luz casi amarillenta. Puedo comprar uno nuevo pero no lo hago, para mi es una especie ritual esa fuente de luz pugnado de inquietud, siempre me recuerda a mi amigo Omar, con quien temprano levantó la muerte el vuelo. Me lo imagino sonriente llamándome por el apodo que ambos nos decíamos y agregando - ...si, si ya se que  estás metiendo para Don Fanucci...-  porque para él y toda su familia los personajes de El Padrino desde mucho tiempo escaparon de la novela de Mario Puzzo o el filme de Coppola  para formar parte de la magia de su vidas.
Para muchos cubanos, y digo cubanos porque no he percibido esto en gente de otros lares aunque seguro estoy que los hay, los personajes de El Padrino son gente que han conocido. Es asombroso ver una conversación donde los presentes hablan como si fueran recuerdos del barrio, acerca de la maldad de Luca Brassi o los altos valores éticos del mafioso Don Vito Corleone e incluso justifican al taimado Hagen y defienden la teoría de que Michelle Corleone fue llevado a la fuerza por el camino del crimen mientras se apiadan del "pobrecito Fredo". 
Nunca olvidaré una tarde de domingo, ya en Santa Cruz de la Sierra, en un departamento de la calle Seoane en el centro de la ciudad que en una reunión de amigos, casi todos médicos, comenzamos a hablar de El Padrino como si hubiéramos conocido aquella familia mafiosa producto de la imaginación de su autor.
Confieso mi predilección por esa novela que  llevo a cualquier parte que voy a pesar de ser un libro de un tamaño un poco desproporcionado, que adquirí gracias a un canje que hice con otro amigo cineasta a quien di a cambio "Crónica de una muerte anunciada",  de lo que nunca me arrepentiré. Las películas El Padrino  las he visto tantas veces que no recuerdo cuántas, no obstante se bien que estoy alejado de los récords al respecto. 
En este mes de marzo cuando el estreno de El Padrino cumple 40 años  no podía dejar pasar por alto recordarlo. A mi me llegó un poco  tarde según lo acostumbrado, el libro lo tuve en mis manos cuando ya la película se había estrenado varios años antes en casi todo el mundo, en aquella ocasión se me ocurrió llevarla para leerla con la premura  de que en breve tenía que devolverla, a una de esas interminables guardias de domingo, el oficial  de quien yo era su ayudante  aquel día vio el libro, me lo pidió y no lo soltó en todo el día, al final me lo entregó advirtiéndome: - está bueno, pero tiene mucho veneno... acuérdate, hay que cuidarse del diversionismo ideológico - Eso me motivó más a leerlo y aunque no encontré veneno ni muchos menos  lo referente a aquella frase que englobaba desde tener el pelo largo hasta escuchar canciones en ingles, me fascinó la novela. Tiempo después nos llegó la película, una copia en blanco y negro con el consabido mensaje de que el filme que veríamos  había sido reconstruido con varias copias de uso, lo que me decepcionó porque la escena de la cabeza ensangrentada del caballo en la cama del pervertido Woltz no era como la imaginé al leer la novela, siempre la pensé  a colores como la vi tiempo después. Más tarde aunque esta vez no tardó tanto pude ver la segunda parte, en una copia de uso también pero a  color, con un joven y flaco Robert de Niro, ese mismo que disparó al postalita de Don Fanucci con una toalla enrollada al revolver que se incendió después del disparo mostrando una vez más la genialidad de Coppola.
Todo estos recuerdos me vienen a la mente en los cuarenta años del estreno de el filme El Padrino, esa obra que estoy seguro continuará formando parte de improvisadas tertulias de cubanos  disfrutando de la disfrazada de bobo que le dio Santino al abusador Carlo Rizzi, las imágenes referente a aquella Habana de los 50 donde otro mafioso, Hyman Roth aseguraba que los hoteles de Las Vegas eran una cobacha en comparación con los de mi ciudad natal, o de la vendetta con el traidor Fabriccio cuando se creía seguro en el calor de la pizzería donde trabajaba en su añorada América, junto a tantas situaciones que aparecen o no en las películas pero que siempre alguien menciona para dejar constancia que El Padrino no es solo una buena película cargada de Oscares sino una obra literaria que aunque tarde nos llegó en aquella época que muchos, muchos, eramos devoradores de libros y amantes de los buenas filmes que de una forma u otra nos marcaron.
                                

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