Un día como hoy 2 de noviembre, hace 20 años falleció el bolerista cubano José Tejedor. Tejedor, como se le conoce popularmente fue uno de esos fenómenos de popularidad en Cuba.
A pesar que la televisión llegó entre las primeras del mudo a nuestra isla, en el remoto 1950, la radio mantuvo y ha mantenido una armonía muy cohesionada con ese poderoso medio echando por tierra las erradas predicciones de que la imagen y el sonido la desplazarían. Solamente había que andar por los calurosos mediodias de La Habana para escuchar casi de casa en casa las radios a todo lo alto escuchando los programas con los boleros lacrimogenos y suplicantes en la voz de Tejedor acompañado por su inseparable Luis. Aquel ciego maravilloso "paraba el transito" donde quiera que apareciera, su potente voz hacía saltar el corazón de no pocas mujeres, algunas de las que por no saber cómo era físicamente lo imaginaban simplemente a su gusto
No había espacio geografico en todo el territorio nacional donde no sonara su melodiosa voz. Vitrolas, radios, tocadiscos, televisores y hasta entonado en bares y cantinas por sus más aserrimos imitadores, pasados o no de copas.
Los nombres de los programas alternaban según el gusto de sus productores y la hora de transmisión, desde "En la tarde con Tejedor", "Al mediodia con Tejedor", "En la noche con Tejedor" e incluso uno muy cursi: "En el albergue con Tejedor," titulo orientado a los trabajadores de la quimérica zafra azucarera de los llamados Diez Millones.
Cuando intentaba dar mis primeros pasos como locutor radial uno de mis maestros y consejero se llamo Ángel Marin, locutor de la pequeña emisora regional Radio Marianao y gran amigo de Tejedor. La popularidad que alcanzó Marin con su programa "Al mediodía con Tejedor" era notable, yo mismo en varias ocasiones le entregaba el maso de cartas de admiradoras de ambos que alcanzaban a través de su programa en vivo de lunes a viernes. Tal vez eso fue el motivo de una presunta, callada e insignificante diferencia entre ambos o al menos fue lo que entendí aquella noche en que el programa dirigido por mi tío se transmitió desde el hospital Ortopédico Frank País en un intento de alegrar a los internos que muchos llevaban largos meses ingresados en ese centro hospitalario. Sin dudar un grupo de populares músicos aceptaron la invitación y entre ellos, por supuesto, Tejedor y Luis acompañados de Marín en su rol de presentador.
Antes de la emisión nos invitaron a la cafetería del hospital y cuando nos distribuyeron a las mesas me tocó sentarme junto a Tejedor, Luis y Marín. Como acostumbraba en aquellos años entrando en la adolescencia ni hablé, solo me senté a esperar la merienda y escuchar. Alguien pidió que fueran a buscar el refrigerio, Marín sin titubear lo hizo y mientras el sonido de sus pasos se alejaba Tejedor quien no se había percatado de mi presencia hizo a su compañero de dúo la pregunta para mi ingenua pero que una vez que yo hice el cuento provocó una carcajada de mis mayores: - Oye Luis ¿Marín está más madurito que yo, verdad?
La otra anécdota fue la primera vez que Tejedor visitaba mi casa, era el final de la tarde, mi madre regresaba del trabajo y antes de llegar escuchó el rumor de los vecinos que allá estaba Tejedor. Echó a andar lo más rápido que pudo, era una de sus grandes fans y no podía perder la oportunidad de conocer personalmente a quien para ella y muchos más era el mejor cantante del mundo. Entró sin aliento a la casa. Allí en el patio parte de la familia conversaba con el cantante que no era quien le habían dicho sino Barbarito Diez, otro hito de la música cubana, rápidamente fue presentada al hombre de tan melodiosa voz y ella aun perturbada por el cambio de cantante solo se atuvo a decir ingenuamente:- ah, yo creía que era Tejedor.
Vagando, por el camino de la vida, sin que ya nadie me diga cheo ni yo mismo me catalogue de ello logré reencontrarme con Tejedor y sus boleros. Ahora me siento afortunado de haberlo conocido personalmente, de estar tantas veces frente a él que nunca me vio, de saber que está por siempre ahí con Luis, la guitarra y su enorme voz tejiendo la vida con sus boleros.
En Infanta y San Miguel estaba el Riosella?, que del rio, ni Sella queda algo, solo unas paredes que no conocen qué es la pintura. Allí había una vitrola, donde muchas veces escuché, cuando cruzaba Infanta para tomar el ómnibus a la escuela, los boleros de Tejedor y Luis.
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