En una de esas treguas que nos dio la lluvia
de una semana plena de precipitaciones caminaba por Prospec Park en Brooklyn,
ya para esta época del año el frío aunque hace resistencia comienza a ceder
ante la primavera que con su paso lento va haciendo su aparición. Por eso ya
había mucha gente en bicicleta, trotando, caminando o simplemente paseando mientras
aprovechaban un poco de buen sol en la piel.
Mi celular sonó y me llegó la voz de un amigo
desde la antípoda, por allá en Bolivia donde hasta unos meses yo decía lo mismo
que ahora, pero de acá. Como preví que la conversación sería larga, pues siempre
me pone al corriente de todo lo ocurrido por allá, así que me dirigí en busca de un lugar donde sentarme.
Mientras caminaba entre las
tarimas de los agricultores que ya publicitaban sus productos orgánicos, encontré un banco solitario donde daba directamente el generoso sol, en el cual me dispuse a descansar mientras terminaba la
prolongada conferencia telefónica.
Una vez terminada la conversación guardé el teléfono en un bolsillo
del abrigo, sentí una voz a mi lado que en español, pero con un ligero acento
norteño me preguntó - ¿cubano eh? - respondí entre temeroso, desconfiado y
sorprendido pues no me había percatado en qué momento llegó y se sentó aquel
hombre joven, alto y rubio vestido de una forma absurda que ni sabía en qué
consistía su absurdo. Al parecer hasta me había escuchado hablar, supongo, que
fue por mi acento que adivinó mi nacionalidad, aunque reconozco que no es
tan marcado como para que un extranjero lo adivine. Saqué media sonrisa
mientras respondí afirmativamente. El hombre me tendió su mano derecha, fría, delgada
y con una pequeña cicatriz - Enrique -
me dijo - Bueno...Henry, aunque en Cuba todos me decían Enrique.
Estreché su mano y retiré rápidamente la mía
poniéndola en el bolsillo del abrigo aunque no había frío como para eso.
Enrique se mantuvo en silencio, tuve ganas de despedirme, levantarme e irme
pero la curiosidad, siempre la curiosidad - ¿has estado en Cuba? - Sí, como 9 años
- ¿En la Habana? - pregunté y de paso hice mi publicidad para que supiera que
soy de la capital - No, que va, llegué
por Las Villas y me mataron en Camaguey
- Ahora sí, lo que me faltaba, me tocó un loco, tengo que irme
de aquí.
El hombre me miró adivinando mi sentir y
tranquilamente me pidió con un gesto que
no me fuera - quédate, te lo explico, me escuchas y si quieres después te
marchas o mejor regreso de donde vine.
Lo miré y sin saber por qué, no sentí miedo, sonrió - me llamo
como te dije Henry, Henry Reeves y fui brigadier general del Ejercito
Libertador de Cuba, caí en combate.
- Conozco la historia de El Inglesito - dije
como si aquel desconocido fuera en verdad quien decía - precisamente pensaba
investigar dónde había nacido y vivido su infancia y ver si hay algún monumento
en su honor.
- Nací aquí mismo en Brooklyn, claro compay
en ese tiempo no había teléfonos celulares, ni guaguas, ni autos. Me fui a Cuba
por el deseo de aventura de la juventud, pero allá conocí tipos duros,
valientes y cultos, ah el Mayor General Agramonte, Sanguily y el jefe, bueno el
jefe no era cubano, pero que tipo ese, cada vez que yo hacía una travesura me
decía - te estas contagiando con los cubanos, igualito que yo que lo único que
me falta es hablar gritando.
- No todos hablamos gritando - repliqué tratando
de creerme que le seguía la corriente aunque realmente a cada momento me convencía
que de verdad hablaba con El Inglesito - No se haga compay, jajaja - se rió
todo lo alto que pudo, como un cubano o alguien que aprendió bien de los
cubanos. Miré, a mí alrededor pasaban algunas personas pero nadie reparó en aquel
tipo vestido tan raro, riendo como demente o como cubano que es lo mismo, además nadie mira
a nadie aunque tenga el cabello de muchos colores, ande en carriola
tranquilamente con 70 años en las costillas, haga flexiones, dé dos pasos y
vuelva a hacer flexiones, mejor dicho planchas. La gente que pasa por aquí se
viste y actúa como le da su gana y nadie repara en ello - bueno, esto es New York - pensé.
- ¿Es verdad, eso que te tirabas frente a las
balas? - dije por preguntar algo - Claro compay, de aquellos mambises no solo
se aprendía a reírse, hacer chistes, hablar alto, y llegar tarde, también
aprendí a no cogerle miedo a las balas y dar machete, con los cubanos y con el
general que no lo era, pero que al fin lo era, aprendí mucho en poco tiempo…y
con las cubanas…pa qué le cuento, jajaja - y volvió a reírse estruendosamente.
- Y…Reeves - le dije con mi mejor acento de periodista,
asumiendo que podía ser en verdad aquel histórico general del Ejército Libertador de Cuba - si estás muerto ¿cómo fue que pudiste llegar aquí? - se
puso serio, como si recordara algo que le doliera - Ni siquiera vivo hubiera
podido llegar, ya sabes camará, los españoles me jodieron las piernas. Yo no llegué aquí, es tu pensamiento el que está donde me encuentro. En
aquel momento me di cuenta que El Inglesito
Henry Reeves, el héroe norteamericano de las guerra de independencia de mi país
estaba a mi lado, o mejor, yo al suyo a pesar de que no había podido investigar
en qué calle nació, ni si había un monumento a su memoria. Pero, qué memoria,
monumento ni un carajo si estaba ahí, materializado a mi lado como en una película
de Tarkovki, sonriente como si hubiéramos sido vecinos toda una vida o toda una
muerte.
De pronto temí que se fuera, que no tuviera
tiempo de hacerle tantas preguntas y presentí que aquel momento mágico estaba
llegando a su fin. Miré sus ojos claros y brillantes, me volvió a extender su
mano blanca, delgada, con una cicatriz y
que ahora sentí cálida. Me regaló su sonrisa adivinando una de mis preocupaciones del momento - y no te preocupes, si yo aprendí a hablar español con los cubanos a ti te será más fácil hablar inglés
- Gracias - le dije desde lo más hondo de mi corazón.
Cuando retiré mi mano, ya no estaba.
Excelente!!! muchísimas gracias
ResponderEliminar