viernes, 27 de enero de 2012

Con Gianella y Martí

Gianella
Hace 16 años esperábamos la llegada de Gianella, mi hija menor. En el aire flotaba, sin decirlo nadie, la idea que aguantara hasta el otro día - solo unas horitas - para que naciera el 28 y tal vez, como era de costumbre, podían obsequiarle una canastilla que se agregaría a la que vendían por la libreta de racionamiento y así asegurar un poco más de pañales, culeros y esa ropita olorosa y aséptica que requiere cada niño al nacer. Ella, como siempre, caprichosa e independiente emergió, con su desde entonces espigada figura, a la luz de la luna  sin esperar al otro día, 28 de enero, y coincidir con el natalicio del Apóstol de la independencia cubana José Martí.
A sus 16 años no lo lamenta, porque para querer a Martí no es necesario haber nacido el mismo día que él, ni mucho menos andar repitiendo el cliché (que reconozco también he utilizado):  - como dijo Martí...
Sin dudas él ha sido no solo el más universal de los cubanos sino el mejor de todos nosotros, el más visionario aunque también el más utilizado, a su forma, por cuanto bando político ha existido y existe, con la característica de que nunca lo han cuestionado, aunque algunos evitan apreciarlo como un hombre común con defectos y virtudes. Ese último es el que prefiero, el hombre que en su corta vida supo ver el futuro de nuestras tierras, sus enemigos externos e internos, quien nos alertó y alentó a construir Nuestra America, sin odios, rencores, ni caudillos, quien nos enseño a ver la luz de sol y agradecerla aunque  recordándonos de sus manchas.
Poeta, escritor, traductor, periodista y orador de  prosa ardiente supo cumplir con su precepto de ...el hijo de un pueblo esclavo vive por él calla y muere. Así murió, de frente al opresor y de cara al sol.
En el año 1880 Martí escribió una carta a su hermana Amelia, tan adolescente como es mi hija hoy. Basándome en la vigencia que tenía y aun tienen en estas tierras aquellos consejos centenarios que acometió en su misiva, me animé a realizar un cortometraje, que como dije  en su estreno  telesivo en el programa Prismas, del inolvidable Ángel (el chino) Ma Argudín, solo traté de saldar una parte de mi deuda a José Martí, esa que tenemos todos los cubanos con el guía eterno de nuestra nación. 
También me permito en la distancia dedicar esta producción a mi hija Gianella y también a su hermana mayor quien acaba de enorgullecerme con una notable muestra de entereza y valor.




Carta de José Martí a su hermana Amelia


Nueva York, 1880
Tengo delante de mí, mi hermosa Amelia, como una joya rara y de luz blanda y pura, tu cariñosa carta. Ahí está tu alma serena, sin mancha, sin locas impaciencias. Ahí está tu espíritu tierno, que rebosa de ti como la esencia de las primeras flores de mayo. Por eso quiero yo que te guardes de vientos violentos y traidores, y te escondas en tí a verlos pasar: que como las aves de rapiña por los aires, andan los vientos por la tierra en busca de la esencia de las flores. Toda la felicidad de la vida, Amelia, está en no confundir el ansia de amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en el alma sino después del largo examen, detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amor ha de ponerse. Hay en nuestra tierra una desastrosa costumbre de confundir la simpatía amorosa con el cariño decisivo e incambiable que lleva a un matrimonio que no se rompe, ni en las tierras donde esto se puede, sino rompiendo el corazón de los amantes desunidos. Y en vez de ponerse el hombre y la mujer que se sienten acercados por una simpatía agradable, nacida a veces de la prisa que tiene el alma en flor por darse al viento, y no de que otro nos inspire amor, sino del deseo que tenemos nosotros de sentirlo;-en vez de ponerse doncel y doncella como a prueba, confesándose su mutua simpatía y distinguiéndola del amor que ha de ser cosa distinta, y viene luego, y a veces no nace, ni tiene ocasión de nacer, sino después del matrimonio, se obligan las dos criaturas desconocidas a un afecto que no puede haber brotado sino de conocerse íntimamente.-Empiezan las relaciones de amor en nuestra tierra por donde debieran terminar.-Una mujer de alma severa e inteligencia justa debe distinguir entre el placer íntimo y vivo, que semeja el amor sin serlo, sentido al ver a un hombre que es en apariencia digno de ser estimado,-y ese otro amor definitivo y grandioso, que, como es el apegamiento inefable de un espíritu a otro, no puede nacer sino de la seguridad de que el espíritu al que el nuestro se une tiene derecho, por su fidelidad, por su hermosura, por su delicadeza, a esta consagración tierna y valerosa que ha de durar toda la vida.-Ve que yo soy un excelente médico de almas, y te juro, por la cabecita de mi hijo, que eso que te digo es un código de ventura, y que quien olvide mi código no será venturoso. He visto mucho en lo hondo de los demás, y mucho en lo hondo de mí mismo. Aprovecha mis lecciones. No creas, mi hermosa Amelia, en que los cariños que se pintan en las novelas vulgares, y apenas hay novela que no lo sea, por escritores que escriben novelas porque no son capaces de escribir cosas más altas-copian realmente la vida, ni son ley de ella. Una mujer joven que ve escrito que el amor de todas las heroínas de sus libros, o el de sus amigas que los han leído como ella, empieza a modo de relámpago, con un poder devastador y eléctrico-supone, cuando siente la primera dulce simpatía amorosa, que le tocó su vez en el juego humano, y que su afecto ha de tener las mismas formas, rapidez e intensidad de esos afectillos de librejos, escritos-créemelo Amelia-por gentes incapaces de poner remedio a las tremendas amarguras que origina su modo convencional e irreflexivo de describir pasiones que no existen, o existen de una manera diferente de aquella con que las describen. ¿Tú ves un árbol? ¿Tú ves cuánto tarda en colgar la naranja dorada, o la granada roja, de la rama gruesa? Pues, ahondando en la vida, se ve que todo sigue el mismo proceso. El amor, como el árbol, ha de pasar de semilla a arbolillo, a flor, y a fruto.-Cuéntame Amelia mía, cuanto pase en tu alma. Y dime de todos los lobos que pasen a tu puerta; y de todos los vientos que anden en busca de perfume. Y ayúdate de mí para ser venturosa, que yo no puedo ser feliz, pero sé la manera de hacer feliz a los otros.
No creas que aquí acabo mi carta. Es que hacía tiempo que quería decirte eso, y he empezado por decírtelo.-De mí, te hablaré otro jueves.-En éste sólo he de decirte que ando como piloto de mí mismo, haciendo frente a todos los vientos de la vida, y sacando a flote un noble y hermoso barco, tan trabajado ya de viajar, que va haciendo agua.-A papá que te explique esto que él es un valeroso marino.-Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria. Ahora que vivo, ahora sé todo el valor de su energía y todos los raros y excelsos méritos de su naturaleza pura y franca. Piensa en lo que te digo. No se paren en detalles, hechos para ojos pequeños. Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. El nunca ha sido viejo para amar.
Ahora, adiós de veras.
Escríbeme sin tasa y sin estudio, que yo no soy tu censor, ni tu examinador, sino tu hermano. Un pliego de letra desordenada y renglones mal hechos, donde yo sienta palpitar tu corazón y te oiga hablar sin reparos ni miedos-me parecerá más bella que una carta esmerada escrita con el temor de parecerme mal.-Ve: el cariño es la más correcta y elocuente de todas las gramáticas. Di ¡ternura! y ya eres una mujer elocuentísima.
Nadie te ha dado nunca mejor abrazo que éste que te mando.
¡Que no tarde el tuyo!
Tu hermano
J. Martí


viernes, 20 de enero de 2012

Sí, de béisbol se trata

Industriales vs Las Tunas. Foto del autor


Una vez vi un cortometraje en el cual los padres le comunican a su hijo que ellos no eran terrícolas sino extraterrestres, que estaban cumpliendo una misión en la tierra y debían regresar a su planeta, el niño curioso le preguntó si en el planeta de donde eran oriundos e irían por el resto de sus vidas había  béisbol...
En aquel momento no pude tener la certeza de qué es vivir sin béisbol, como ahora. Vivir sin "la pelota", como también le decimos  los cubanos es una carga más al tedio de vivir lejos, y peor todavía con el mar fuera de los limites del país donde resido (que no es precisamente Suiza), donde el fútbol más que pasión es casi religión a pesar de los pobres resultados que han obtenido históricamente .
Cuando bates, guantes y pelotas eran accesibles, ese era el regalo al nacer un hijo varón. Muchos padres sonrientes  ante el primer llanto y la revisión entrepiernica exclamaban con orgullo - este va  ser pelotero. Porque la pelota es parte de cualquier cubano y aunque alguno que otro quiera negarlo no puede obviar que desde niños nos llenan el corazón nombres como José de la Caridad Mendez, Martin Dhigo, Conrado Marrero, Adolfo Luke, Miñoso, Changa Mederos, Huelga, Marquetti, Kendri, el Duke, los Mesa, Vinent, Lazo y muchísimos más, fallecidos, vivos, activos, en Cuba o cualquier parte del mundo, nos marcan como hijos de esa isla de bolas y strikes.
El béisbol, aunque alguna gente no lo entienda y diga que es un juego de ociosos, combina fuerza e inteligencia. Manager de un equipo no puede ser cualquiera, aunque todos los cubanos tenemos mucho de eso, hay que estar preparado para dirigir a sus jugadores  conociendo que al frente, en el otro dogaut está su rival pensando qué estará pensando él. Así, en estrategias y tácticas se desarrolla un juego de pelota, previendo cuando mandar a robar base a un corredor teniendo en cuenta la velocidad que este desarrolla, el tiempo que tarda el lanzador en hacer los movimientos y la potencia del brazo del receptor, por solo citar un ejemplo de lo que es el béisbol, un deporte cuyo reglamento es comparable con cualquier código legal.
Por eso lo amo, no tengo otra forma de describirlo a pesar que he sido mejor aficionado que jugador, debe haber sido por eso que de adolescente me  arriesgué a aglutinar un puñado de amigos del barrio y compañeros de estudio para  formar un equipo e irnos a jugar a otros barrios, para "echar  pitenes" que podía terminar lo mismo en derrota que en victoria (en la pelota no hay empate), o en ocasiones en tumultuaria pelea por una cuestionada decisión o alguna desproporcionada burla hacia algún jugador  o al arbitro (si había).
Muchas tardes y noches cambiábamos una salida a una fiesta o un escape al cine con la novia por irnos al Estadio Latinoamericano para ver jugar nuestro equipo favorito, allí todos nos transformamos y el callado gritaba a más no poder por alguna buena o mala jugada de su equipo o del contrario, da igual, pero el colmo del desgañite llegaba ante lo que suponíamos una mala decisión de cualquiera de los árbitros contra el equipo local.
Ferviente seguidor de los Industriales, aunque admirador de incontables jugadores de equipos rivales, siento ese amor por la pelota  como dice la canción. También me he sentido solo y no en la extensión del centerfiel en terrenos de béisbol como los de la Campana, el Potrero o la Cujae, sino en una ciudad llena de gente que no pueden imaginar qué cosa es un jonron. Por eso, entre mis tantos sueños, si de pelota se trata, sueño en azul. 


sábado, 14 de enero de 2012

Yo quise ser torero

Salvador Dalí. "El torero, de la Mata"
Pero no pasó de unos burlones - oleee - que vociferaban mis amigos cuando en pos de un fly bateado a mi posición corría hacía adelante y hacía atrás de la pelota mal calculada, ya que esa errada maniobra para atrapar una pelota en el béisbol se le llama en buen cubano torear. Incluso a veces hasta lo hice intencionalmente (no fui el único) para que me gritaran torero y así impresionar a alguna colegiala que no conocía la ofensa y lo identificaba más bien con una película de moda que contaba la historia de un novel mataor español.
De todas formas era poco probable que pudiera ser torero, en nuestra isla la corridas de toros no pasaban de noticias y películas o algún que otro arriesgado, sobre todo en zonas rurales, que pretendía probar suerte con novillos criollos. Plazas, banderillas, estoques y mataores se lo dejámos a España, México, Colombia, Perú y otros países que si se lo toman en serio, no obstante  muchas veces soñé despierto vestir el traje de luces y enfrentarme en alguna plaza repleta a una bestia ensangrentada por las banderillas, con la boca espumosa y los cuernos afilados.
Gracias a revistas que pasaban de mano en mano conocimos a Manolete, Dominguín, Paco Camino, El Cordobés, Palomo Linares (nuestro principal inspirador por sus películas), Paquirri y otros. Después el personaje de Juncal, casi hecho realidad en la piel y el talento histrionico de Francisco Raval, mantuvieron viva la afición de lanzarnos al ruedo aun día.
La sangre de  toros y toreros  ha  provocado que cada día se alcen más voces en contra de las corridas alegando la dosis de violencia que en ella se generan junto el maltrato al los animales, en lo que no les falta razón. Por otra parte los defensores del arte taurino quienes ven en una corrida, más que el acto de enfrentarse al animal, una ceremonia que va desde la misma crianza del toro hasta el vestuario de los participantes, incluyendo música, adornos y demás rituales que han sido fuente de inspiración a través de siglos de pintores, escultores, músicos, cineasta, dramaturgos y un sin fin de expresiones artísticas.
Hace mucho tiempo que no me interesa torear, a veces lamento el no haberlo intentado. Creo que no fuimos toreros por una situación de fatalismo taurino, en realidad no tuvimos la alternativa de arriesgar la vida, aunque fuera de espontaneo en cualquier tarde de domingo, de convertirnos en marinero de luces y no quedarnos como oscuros náufragos en la costa.

"El toreo es un arte misterioso, mitad vicio y mitad ballet. Es un mundo abigarrado, caricaturesco, vivísimo y entrañable el que vivimos los que, un día soñamos con ser toreros."
Camilo José Cela




martes, 3 de enero de 2012

Valle Grande


(Fotografías de Carlos Bravo y el autor)
Para mi era solo un pequeño poblado de monótonas edificaciones al final de la Autopista del Mediodía, justamente donde terminaba su recorrido la ruta 36 de la cual se decía que tardaba siglos en pasar. Después supe que su nombre era en honor a un pueblo boliviano donde se expusieron los restos del guerrillero Che Guevara y parte de sus combatientes, en la lavandería del hospital local. Eso fue lo que le dio connotación en Cuba, tal vez más que en Bolivia donde Valle Grande se conoce tanto por su carnaval, su comida y su música, que por aquel acontecimiento.
Valle Grande a más de 2000 metros sobre el nivel del mar, con un envidiable clima y hermosa vegetación es una zona en la cual  se puede apreciar una fusión de la inmensa diversidad cultural de Bolivia, lo que me  hace pensar que la pequeña ciudad ha sido una especie de puente entre el oriente y el occidente boliviano formándose un marcado mestizaje que se aprecia desde la forma de hablar hasta el vestir, las comidas y la música.
Es notable  escuchar hablar de sus habitantes como si fueran de un lugar ajeno. En cualquier región de la amplia geografía boliviana por extrema que sea se pondera el sabroso asadito vallegrandino, el sandwich de picana o simplemente el pan que elaboran de forma casera destacado por su buen buen sabor y que anuncian que lo han terminado de elaborar colocando una mesa con un mantel blanco en la puerta de la vivienda donde se ha hecho.
Una de los lugares que tuve la oportunidad de visitar en mis primeros tiempos en tierras bolivianas fue Valle Grande, durante dos fines de semana consecutivos acompañé a un amigo que  impartía cátedra en una filial universitaria allí enclavada. Aunque en ninguna de las dos ocasiones coincidimos con su tradicional carnaval  me contaron que desde que comienza no para hasta tres días después y que comida y bebida anda a mano suelta haciendo que el visitante se retire satisfecho de tan sincera hospitalidad. 
De lo que si fui testigo fue de una guitarreada en la noche de despedida, aun recuerdo aquella música que surgió de una pequeña improvisación y terminó en un único concierto que describí en una carta enviada a mi hijo en noviembre de 2004 y de la que comparto algunos fragmentos:
"Estuve todo este fin de semana en Valle Grande, salí el viernes temprano y pensé que me iba a aburrir pero todo fue diferente a como  imaginé, llegamos el viernes y mientras Carlos daba clases en la noche caminé el pueblo que ya me conozco de memoria. Esta vez conocí a un arquitecto que es también medio dueño del hostal donde nos alojamos e hicimos buena amistad, cuando se terminaron las clases fuimos a comer al restaurante de un alemán donde se come de maravillas y hay una bella visión del pueblo.
A la mañana siguiente el arquitecto me llevó por todo el pueblo que realmente es muy lindo y con características coloniales donde sobresale la cultura indígena occidental, yo andaba con las cámaras y tomé muchas fotos e imágenes de video ya que quiero hacer un documental sobre el lugar. Nos fuimos adonde estuvo enterrado el Che y volví a hacer más fotos y vídeo. 
En la noche nos invitaron a una fiesta de cumpleaños, cuando llegamos a la casa no se sentía música ni nada, éramos los primeros y el homenajeado nos recibió con cara de cansancio y nos explicó que desde las doce de la noche lo habían despertado con una tradicional serenata y todo había sido festejo, nos puso una jarra de chicha que es una bebida que se obtiene de la fermentación del maíz y se consume desde la épocas remotas, ya me habían advertido que no siguiera el ritmo de beber de los pobladores. Después nos invitaron a pasar al patio y descubrimos que aquello era un grupo de casas muy elegantes ya que parecen ser adinerados. Más tarde, de golpe se acabo el cansancio y llegó la alegría, comenzó a llegar gente, dos guitarristas empezaron a sonar sus instrumentos con música típica de los valles, al poco rato sentí que se agregaba otro instrumento, pensé que alguien había puesto un amplificador, pero no, era un charango, que se construye a partir de un quirquincho (tatú o armadillo), lo tocaba un hombre que se me parecía a un mecánico de carros que yo veía siempre allá en el barrio, más tarde se le sumó una mandolina y de una habitación irrumpió un señor gordo con un guitarrón que parecía que era un todo él y su instrumento, fue inolvidable, creo que pocos han tenido la oportunidad de escuchar eso, no tengo como describirlo. Después de hacerse rogar un poco el del charango que se parece al mecánico cantó y fue como si paralizara la fiesta, su voz aguda y afinada parecía salir de aquellas casas que nos rodeaban y de todo el pueblo, no podía concebir que alguien cantara de esa forma y no se conociera su nombre, aquella voz era como la voz de aquellos valles de los que conoce tan poco el resto de la humanidad." 
Ese fue el pedazo de Valle Grande que me llevé: afecto y alegría, hospitalidad sin publicidad. Una hermosa e inolvidable parte de Bolivia. 

Valle Grande, vista general
Valle Grande, vista general

Valle Grande, vista general
El autor con Valle Grande al fondo
Valle Grande, vista general
Lavandería del Hospital de Valle Grande


Lavandería del Hospital de Valle Grande (interior)
Casa de Valle Grande
¡Hay pan ¡

Calle  de Valle Grande
Mercado de Valle Grande
Calle de Valle Grande

Casa de Valle Grande (interior)