Cuando el avión sobrevoló tierra por A Coruña creí sentir el olor a España, a la España que dejaron mis abuelos para nunca volver. Tal vez fue porque llegué a la llamada Madre Patria pasando primero por aires gallegos, de cualquier forma fue una agradable sensación en mí adentro arribar a una parte de mis raíces.
Me esperaba un Madrid frío, con mucha lluvia pero con una alegría que no se esconde de nadie, el Madrid bohemio de calles estrechas, el Madrid de Sabina en Tirso de Molina, a la sombra de un león, en las Cibeles mirando el Banco Central mientras calculaba que podía ser posible ver al taxista que pasaba y quedé mudo ante tanto encanto, el Madrid de fastuosas iglesias doradas. Allá me esperó Goya y sus colegas por el Museo del Prado, Ronaldo en el Santiago Bernabeu, Paquirri y una buena tanda de mataores en la Plaza de Toros, La Colmena de Don Camilo Cela en la también fría ciudad de postguerra y dictadura, Ana y Víctor en el sudor de una melodía por la Puerta de Alcalá.
Allá también encontré después de tantos años amigos de donde fue mi niñez, que espero no tener que volver a nacer y ser niño para verles otra vez.
Mis ojos no podían correr a la fuerza de atracción de su belleza y fueron pocos los días para poder disfrutar, oler y acariciar aquella hermosa ciudad repleta de gente por doquier como aprovechando el tiempo, previendo sin aún conocer del mal temporal que como una buena parte del mundo la dejaría aislada y dolida.
La guardé como antigua amante en una poesía y por si versos y recuerdos en tan llena mente pudieran extraviarse, también a Madrid entre tantas cosas, la escondí en fotografía.
Casi al terminar de redactar este post me llega la agradable noticia del nacimiento en Madrid de mi primera nieta. Para ella, Sofía, tomo prestados estos versos del gran poeta Antonio Machado:
Españolito(a) que vienes
al mundo te guarde Dios.
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