Me
cuesta confesarlo, pero hace solo par de días comprendí porqué el personaje que
interpreta Gene Kelly canta y baila feliz bajo aquel tremendo aguacero de
utilería, pero con agua verdadera, aun padeciendo en la realidad, fiebre de 38 grados: Era la felicidad.
De
niño odié esa película, tal vez porque el día que fui al cine de la mano de mis
dos más cinéfilas tías, pensé que me llevaban a ver una película de piratas y
paré viendo aquel tipo que no paraba de cantar, ni bailar ante la gente hechizada
en aquella sala cinematográfica de barrio, con el rimbombante nombre de “Gran
Teatro”.
Recuerdo
que a la salida, mientras todos tratábamos de cruzar el umbral a la realidad a
través de una amplia puerta identificada con un cartelito lumínico en la parte superior que
decía “exit”, una buena parte de la multitud no cesaba de tararear I sing in
the rain… y para colmo una de las tías le comentó a la otra, por supuesto su
hermana, que el protagonista era muy
simpático, lo que me dejó atónito, pues no podía entender cómo aquel viejo de
casi 30 años podía ser simpático.
Muchas
más veces pasaron la película por televisión y seguí sin entender cómo la
familia completa, más los vecinos de la cuadra y otros lugares aledaños, se
extasiaban frente a la pequeñísima pantalla del televisor de mi casa viendo al
dichoso hombre con aquella sombrilla bailando tap bajo la lluvia, hasta que por
fin (menos mal), llegaba el policía
acabando con su espectáculo.
Ni sé
cuantos años han pasado, pero hace solo par de días comprendí, me di cuenta
que, aunque no muchas veces, bien sé que es salir a la calle mientras nos cae
un aguacero arriba y ni cuenta nos damos, es sin dudas esa felicidad que nos
baña.
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