No soy uno de esos adictos a la tecnología, de los que se lanzan contra el último teléfono celular, reloj inteligente, tablet, iphone o no sé qué más, para comprarla apenas salida del horno y darle uso sin apenas dejarlo respirar, o simplemente salir a exhibirlo (en Cuba decimos especular, aun sabiendo que ese no es su significado literal), aunque no sepan lo que tienen ni cómo se usa. Mi salario no es factible para seguir los costos de los nuevos Androides o Apples que me dejarían sin aliento y peor aun sin dinero en esta carrera tecnológica.
Pero no desprecio la
tecnología, ni mucho menos la odio, es más, la amo, solo que en este caso no se
puede conquistar de la misma forma que pueden hacerse otras conquistas. Tampoco
puedo vivir sin ella.
Ayer de pronto mi teléfono inteligente dejó de funcionar. Me sentí peor que Robinson Crusoe en aquella
remota isla, era domingo y no sabía qué hacer, estaba molesto, indignado,
frustrado y sobre todo, incomunicado.
Armé como pude mi viejo
teléfono convencional, bruto, burro, antigüito, o como quieran llamarle.
Enseguida comuniqué, sí, sin esperar a que cargue o que salga una y mil
información o fotos que no pedí, simplemente marcando el número a que deseaba
llamar y rápidamente voces desde el otro lado respondiendo a mi angustiante
llamado. Unos me consolaban como si les hubiera dado la peor noticia de sus
vidas, otros me exhortaban a que tuviera resignación y esperara al lejano lunes,
alguien con voz llorosa me decía que me comprendía, que ya había pasado por esa
dolorosa situación. Pero nadie, nadie se mostró indiferente y mucho menos
bromeó con mi penosa situación.
En la mañana cargué con mis
dos teléfonos, el inteligente y el bruto, esperaba que en el transcurso de
la mañana alguno de mis estudiantes, que viven al día con la tecnología, me
orientara al respecto. Así lo hicieron, unos con compungida cara me
recomendaron algunos técnicos, como si hablaran de cirujanos especializados en
trasplantes de corazón, otros se apartaron discretamente de mi celular como si
tuviera un peligrosa enfermedad, que pudiera contagiar al suyo, incluso una me
dijo, a modo de consuelo, que hoy salía al mercado un nuevo modelo.
Para colmo mi telefonito sin inteligencia no cesó de sonar y aunque pude atender las llamadas de
inmediato sin que saliera un icono con un cartelito de modo de avión u otro
avance tecnológico, de esos que en ocasiones dificultan poder atender la
llamada. Algunos ojos que no sabían de mi desgracia, miraron con ese mal brillo
cuestionador, del por qué en este siglo yo seguía usando tal aparato.
Antes de ir a ver a un técnico, decidí volver a
intentar hacer funcionar a mi inteligente teléfono, ya que en realidad me
considero mucho más inteligente que él y
así fue, con un poco de análisis lógico agregándole algunos golpes técnicos,
empezaron a encenderse lucecitas, aparecer mensajes desesperados de muchas
partes del mundo indagando sobre mi ausencia por más de 15 horas, noticias
malas y algunas buenas de publicaciones digitales, publicidad, chismes,
trailers de los próximos estrenos y muchas más cosas que yo no pedí, como
restregándome en la cara que había estado casi una eternidad alejado de la
tecnología, también impidiendo que pudiera marcar algunos números para
comunicar a todo quien se había
preocupado, que pude rebasar semejante mal, que volví a la vida que nos marca
las nuevas tecnologías. Entonces no me quedó más remedio que echar mano a mi
viejo y no inteligente telefonito, y así lo logré.
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