domingo, 30 de junio de 2013

Pensando y fotografiando


"Esteban". Foto Gianella López Muñoz
Meses antes, a la distancia de miles de kilómetros, ya habíamos planificado el encuentro que en aquel momento creí bastante poco probable, ya que desplazarse de Pinar del Rio a La Habana no es fácil, pero qué puede ser obstáculo para un cazador de molinos como lo es el fotógrafo Esteban Díaz Montesinos, maestro no solo de la imagen sino de la vida, de esa vida matizada con la aventura de trasladarse de un lugar a otro en Cuba, mediante “botella”, encima de camiones ancestrales, autos nacidos antes de la segunda mitad del siglo XX, carretones tirados por viejos caballos, o simplemente bastando con sus piernas, cuando de equipaje solamente lleva una cámara fotográfica y el tremendo deseo de atrapar en una imagen la huella que deja la vida. Por eso cuando me anunció que ya estaba en la capital no me asombré y tampoco al marcharse, de verlo meterse en la oscuridad perene de la noche habanera con su costosa cámara, prolongación de su anatomía, asegurando de que nada malo le podría pasar.
Apenas llegó y la entrevista se viró al revés pues la mayoría de las preguntas las hacía él, pero al fin, cuando mi hija terminó de hablar por teléfono con sus amigas y mi pequeña sobrina durmió a sus muñecas, pude comenzar a preguntarle acerca de algunas curiosidades que logré acumular en un buen tiempo desde la última vez que nos vimos y lograr más o menos la conversación que  aparece a continuación.

OL: ¿Cómo tú logras reflejar la realidad urbana y campesina actual de Cuba, sin caer en algo parecido con aquella corriente conocida como realismo socialista en las artes?
ED: Yo estaba convencido que me ibas a hacer esa pregunta y vine preparado para eso. Mira tú que eres un conocedor de mi trabajo desde hace años, yo antes era un gran observador de lo que pasaba, pero lo que ocurre ahora es que me ubiqué dentro de esa realidad, entonces prácticamente me estoy haciendo autorretratos, estoy retratando mi vida, muchas cosas de las que yo hago, exceptuando los paisajes, son situaciones que yo he vivido. Aquella imagen del señor que está sentado en el muro del malecón mirando el cielo, con aquel aislamiento, yo me he sentido  solo y aplastado….ese era otro yo, entonces lo que hago es observar la realidad más espiritual, más profundamente, no tan solamente figurativa, sino buscarme, buscarme, mi fotos son autobiografías.
El gran río. Esteban Díaz Montesinos
OL: Te lo digo porque hace unos años, ya casi 10, me dijiste que no podías salir a fotografiar la gente que pide limosna o escarba en los basureros, porque caerías en lo mismo del realismo socialista.
ED: Los limosneros, personas en la cuerda floja de la sociedad, existen en todas partes, yo prefiero retratar a la  persona por dentro, cómo es esa persona, cómo convive, cómo piensa como persona y no como pordiosero. Así me he podido meter dentro de muchos personajes y he ido cambiando poco a poco.
Hombre duro de bregar y poco ganar. Esteban Díaz Montesinos
OL: Entonces ¿qué influyó en tu obra?
ED: Yo hice cosas allá por los años ochenta y pico, que después de estudiar fotografía me di cuenta que lo habían hecho en los años 20, en los años 30, pero creo son coincidencias, pienso que los artistas tenemos muchos intereses en común y existen muchos puntos de coincidencia que pueden ser tendencias, modismos, corrientes filosóficas, como se le quiera llamar. Pero preocupados por las personas en la cuerda floja y la problemática social, han estado todas generaciones de grandes maestros italianos, franceses, americanos, cubanos, que se han dedicado a reflejarlo en sus obras. Y no es que no me interesen como sociedad, pero quiero meterme más como individuo, si te das cuenta en mi fotografía siempre hay un individuo que lleva el protagonismo, es el principal, el leivmotiv de la imagen, aunque siempre está todo en un contexto, él es quien motiva que sea así.
En un momento me di cuenta que me estaba retratando a mí mismo. Me acuerdo cuando entré en La Habana, en los años ochenta, como todo fotógrafo joven me atrajo toda esa arquitectura con todo desbaratado y lleno de historia que tanto le ha atraído a tanta gente. Pero yo no soy de La Habana, no conocía eso, sin embargo cuando vi a personas en situaciones que yo me he visto implicado o que viven una vida aislada o que me interesan simplemente, me motivó. Mira yo tengo varias historias, por ejemplo una es “Gente de mi pueblo” e “Historias cotidianas”. El primero me dediqué a hacer retratos de personas. “Historias cotidianas” es lo que me está pasando a mí y le está pasando a todo el mundo, pero visto desde el punto de vista del ser humano y no del contexto, lo que está del ser humano no tal o más cual problema social, porque en cualquier sociedad siempre hay problemas, yo estoy seguro que no hay sociedad perfecta y el día que exista será la más aburrida el mundo.
De la serie "Historias cotidianas". Esteban Díaz Montesinos
OL: Me llama mucho la atención en tus fotografías el pavimento, las sombras duras proyectándose en él, lo siento caliente, tú lo has buscado...  
ED: Es que yo he caminado mucho viendo mi propia sombra delante de mí, yo he caminado cientos y cientos de kilómetros aquí en La Habana y en todos lados y me acostumbré a ver mi sombra delante de mí, es como si yo la persiguiera.
Modelo para un turista. Esteban Díaz Montesinos
OL: ¿Faltaba alguien? ah, faltabas tú en tu foto.
FE: Yo soy el observador y tengo que convertir mi imagen en espectador en los primeros planos, en mis fotos hay un escenario y un primer plano vacío, ese se supone que sea yo y también el observador, el tipo que está, ahí que está mirando para mí, para quien sea.
Como cansados. Esteban Díaz Montesinos
OL: Me llama la atención una de tus fotos, donde hay un hombre debajo de un puente de una carretera, entonces ese puede ser tú, porque esos puentes son lugares eternos de los cubanos para abordar cualquier tipo de transporte que nos lleve al destino…
 ED: Yo he dormido debajo de los puentes.
Puente sobre...la espera. Esteban Díaz Montesinos .
OL: Tocas insistentemente el tema de la tercera edad en tu fotografía, ¿qué simbolismo tiene si es que le das alguno?
ED: Son elementos que…mira, mi primera modelo fue mi abuela, siento una inmensa atracción por las personas mayores, porque la persona que yo más he querido en el mundo y más me ha querido ha sido mi abuelita. En muchas personas de la tercera edad he visto modos, maneras de mi abuela, son personas que hay que querer, que por su edad tiene una vida vivida y por eso tienen más vivencias y cosas que aportar. Yo estoy haciendo la caratula de un libro que se llama “Nostalgia”, de un pinareño que se llama Luis Remedios, yo no me inundo de nostalgias pero siempre los ancianos están llenos de nostalgia, son recuerdos, y escoger la imagen para la portada para ese libro no duró ni un minuto, menos de un minuto, 30 segundos y le dije al autor, mira es esta, me dijo: -esa misma y porqué la escogiste.- porque yo he pasado por eso.
Recuerdo a un señor que vivía en un hogar de ancianos y cuando yo pasaba por allí conversábamos y me hacía la historia de su vida, yo lo veía en las mañanas fumando un cigarrito y proyectando la sombra y me hacía la historia de su vida todo eso lo llevo conmigo.
Amarrao al recuerdo. Esteban Díaz Montesinos
OL: Ah, sigues con la sombra.
Yo tengo una foto que hice hace años y en una exposición surgió esto de la sombra, no lo inventé yo, yo no tengo memoria para imitar aunque si muchas vivencias, lo de la sombras viene del Renacimiento, bueno, en una exposición una vez un pintor le preguntó a otro pintor amigo mío que si yo estaba imitandolo, él le dijo: -  yo creo que no le hace falta imitar a nadie y las sombras esas son más viejas y tan locas porque son muy dramáticas. Eso está desde hace muchos siglos, hasta los comienzos del cine en el expresionismo alemán, acuerdate de El Gabinete del doctor Caligari.
¡Ayuda¡¡¡. Esteban Díaz Montesinos
OL: Lo de la tercera edad pudiera ser algo así como un anticipo o un temor….
ED:  No, no, macho, tú sabes que he estado varias, muchas veces al lado de la muerte y no le tengo absolutamente ningún miedo, yo he vivido gracias a Dios profunda e intensamente, tú me conoces hace años, mira ahora soy un tipo que no bebe alcohol, que llevo una vida lo más cerca de la paz. Imagínate,  yo que solo me enrollo como un alambre de púas, verbalmente no tengo que buscarme los líos porque solo me caen, yo no tengo que preocuparme de los problemas porque ellos saben donde yo vivo y vivo tranquilo porque yo he quemado las etapas de mi vida, bien quemadas, achicharradas de tal manera que no tenga que volver allí porque de eso no quedó nada, todo el mundo quisiera vivir la vida eterna, pero cuando te tocó te tocó y ya me voy acostumbrando a ese pensamiento de que es aburrido vivir tanto,así que no tengo miedo de la vejez.
Juan, Pedro, Osvaldo.... Esteban Díaz Montesinos
OL: Despenalizado, ¿porqué despenalizado?
ED. Yo hice un compromiso con mi generación, nosotros tuvimos que escuchar la música de  Los Beatles y  de otros, que a alguien se le ocurrió que era diversionismo ideológico, lo oía o en la WQAM,  prácticamente escondido en el parque de Pinar de Rio, como lo hicieron muchos cubanos de nuestra generación y después de un momento a otro le hicieron hasta un homenaje, y del dólar, había que andar con ellos escondidos, era como andar con cabezas de seres humanos dentro de los bolsillos. En un lapso de tiempo  vienen y ni te dicen me equivoqué y con una varita mágica se le acabó el pecado, a Lennon, a Los Beatles, se le acabó el pecado al dólar y quise hacerle un homenaje porque los habían despenalizado.

Despenalizado. Esteban Díaz Montesinos
OL: ¿Qué pasó el día de la foto, hubo algún contratiempo?
ED: Pasé un poco de trabajo pues en ese tiempo no existían las cámaras digitales, era 2001, 2002, cogí un dólar, le hice una fotocopia grande, lo pegué en un cartón  y vine de Pinar del Rio al Parque John Lennon, preparé la situación y hubo su contratiempo siempre, pero hice la imagen. La presenté en un salón de arte, la obra no obtuvo ningún premio pero la satisfacción fue que la galerista me dijo: - Esteban,  siempre hay grupo de personas interesados por tu obra. Ese fue el premio y solo hice dos copias, una la tienes tú y otra la tiene otro fotógrafo  que al igual que tú la tiene colgada donde quiera que vaya.
WANTED. Foto del autor
OL: Como fotógrafo ¿cómo imaginarías un encuadre y una composición de  la Cuba actual?
ED:  Filosofar de política es un poco difícil  y filosofar de realidad es más terrible todavía, yo vivo aquí en Cuba, he tenido que formar mi caparazón, no de doble moral, pero sí de dedicarme a la fotografía y a las cosas que me atan a la vida, indudablemente han existido algunos cambios, pero adónde vamos a parar, eso no sé, sí sé de dónde venimos, pero creo que el futuro es impredecible y pende de un hilo.
Empujando la historia. Esteban Díaz Montesinos
OL: Quiero centrarme más a la cuestión social, cultural, si tuvieras que hacer una fotografía ¿cómo encuadrarías y compusieras esta realidad cubana?
ED: Si nos vamos a referir a la cultura hay inmensos logros, la cultura cubana anda bien alto por el mundo,   hay muchos logros personas inmensamente profundos, la cultura cubana tiene influencia fuera de nuestro país,  pero creo que a la vez también se ha perdido mucho la identidad nacional, ya no se escucha  un bolero, buena música. El cine, todo el arte se ha convertido en intercambio de dinero, ya hacer las cosas como  arte profundo,  como producto de tu conciencia no existe,  muy pocas personas hacen su obra, muchos priorizan vender su trabajo para resolver sus problemas y necesidades que aprietan mucho. No voy mucho al teatro voy a veces por compromiso a hacer fotografías, si sé como está la música y las artes plásticas.
El heredero. Esteban Díaz Montesinos
OL: ¿Cómo ves las artes plásticas?
ED: Perdimos alcurnia en las artes plásticas, como en muchas cosas, como nosotros mismos comercializamos nuestras obras  a través de terceras personas, a veces lo que recibes no es nada, ni un tercio del precio final, no tenemos galerías en Pinar del Rio,   solo venta de suvenir para turistas y así tenemos que hacer porque  no hay manera de  vivir si no comercializas tu obra.
Por ejemplo, yo tuve el empeño con Ulises Bretaña y Humberto Hernández Martínez (el negro), dos artistas plásticos de mi provincia, de hacer una exposición, de regalar nuestra obra en una exposición que costó mucho sacrificio de nuestros ahorros, aunque contamos con mucho apoyo también, pero realmente no hay manera de vivir si no comercializas tu obra y ni hay revistas especializadas en arte.
El rincón de las promesas. Esteban Díaz Montesinos
 OL: ¿Que significación tiene Pinar del Río para Esteban y que significación tiene Esteban para Pinar del Rio?
ED: ¿Yo para mi pueblo…? Para mi Pinar del Rio y La Habana son dos lugares idénticos, los paisajes de Pinar del Rio y el centro de La Habana me hacen sentir muy bien, son dos lugares que yo amo inmensamente, yo he estado viviendo fuera de Pinar del Rio y he regresado a veces de muy lejos para estar sólo veinte minutos en el Valle de Viñales y después he vuelto adonde estaba, que podían ser cientos de kilómetros. Yo quisiera el día que muriera que sembraran una palma encima de mí, porque los palmares, las sierras, las ceibas, esas sombras que proyectan los palmares por las mañanas o por las tardes como en esta época del año, me imagino que no existe en ninguna parte del mundo.
Ronda guajira. Esteban Díaz Montesinos
OL: ¿Qué hay o qué queda de aquel Flaco Esteban que hace algunos años inspiró un personaje surrealista, que volaba rompiendo la ley de la gravedad? ¿Existe, ya no queda nada de él o todavía está ahí?
ED: A mí los años me han hecho madurar, porque si no ya no existiese, tú sabes cuántas cosas han pasado en mi vida, yo sigo pensando igual pero más profundo, lo mismo pero más amplio, he dejado cosas que me hacían daño y he conocido cosas que me han hecho más llevadera la vida, porque si no ya fuera historia.
Romantico y a pie. Esteban Díaz Montesinos
OL: ¿Sigues pensando y fotografiando o pensando nada más?
ED:  No, pensando y fotografiando, hace poco hice un trabajo con los barquitos de papel, primero lo pensé y luego lo hice, pero realmente estoy dejando que las cosas me sorprendan en la calle o más bien que me encuentren muchas cosas, otras nó, porque tampoco voy a estarme buscando líos por todos lados, pero me encuentro muchas situaciones donde veo personas en sus sentimientos más íntimos, en sus profundidades, en sus cosas y entrar en filosofías más profundas, pero ná que convivir con esas personas y ver lo que me ofrecen, lo que me regalan, sus personajes que nos regalan a todo el mundo.
¿Porqué el canario amarillo tiene el ojo tan negro? Esteban Díaz Montesinos
 OL: Entonces ¿tú crees que el tema de esta entrevista o esta conversación pudiera ser pensando y fotografiando?
ED: Ya, puede ser.
Una historia tiene su fin. Esteban Díaz Montesinos



martes, 25 de junio de 2013

Cebras invisibles

Foto: Portada del álbum Abby Road de Los Beatles
Afortunadamente Los Beatles decidieron su portada para el disco en la ciudad de Londres y no Santa Cruz de la Sierra, ya que si en vez de cruzar una cebra en Abby Road lo hubieran hecho en una de las calles de esta desordenada ciudad, de seguro que  en estos momentos no tendríamos ni a Paul, ni a Ringo y John y George no le hubieran legado a la humanidad una buena parte de su obra. Lo digo categóricamente porque aquí en Santa Cruz de la Sierra no se respeta el paso de un peatón por una cebra, ni aunque fueran los Beatles.
Pero no solo que no respetan, sino que cuando uno reclama una buena parte de los chóferes le espetan (sobre todo cuando están lejos) algo casi siempre ininteligible y miran al transeúnte con cara de arrepentimiento...por no haberle pasado por encima.
En estos menesteres no hay categorías, lo mismo conductores de buses (micros), taxistas, hasta "ilustres" hombres y mujeres que en ocasiones miran al caminante que intentó cruzarse al paso de su elegante auto por aquellas rayas blancas y negras, como si fuera un insecto atrevido.
Es muy común que al intentar pasar por la cebra, que casi de adorno está en la rampa que conduce al estacionamiento superior del Supermercado ICE Norte, baje a inmoderada velocidad uno de esos  que  acaban de quemar calorías en el gimnasio, hablando por su celular mientras observa los músculos ensanchados de sus brazos, pasar a una tremenda velocidad por encima de la cebra y si algún peatón osara cruzar, también pasarle por encima o esperar a que el futuro occiso se repliegue y para colmo hasta le pida disculpas. ¿Y qué decir de las recién pintadas cebras en las entradas de la Universidad Gabriel René Moreno en la avenida Bush? son una provocación a intrépidos, veloces y apurados chóferes y el terror de los caminantes que seguro piensan que hubiera sido mejor que dejaran las calles sin rayas blancas para no confiarse y no arriesgar su vida.
Si el relajo, porque la palabra caos es muy blanda para describir el horror del transito en esta ciudad, es tan inmenso que solo unos pocos despistados extraterrestres respetan la luz roja del semáforo, la señal de pare, ceda el paso o cualquier otra, qué esperarán los peatones, esa "casi gente" que no significa nada para muchos conductores. 
Sin dudas la solución pudiera estar, tal vez, en que aparezca de vez en cuando un policía y multe a los infractores, pero una multa de verdad, que se la sienta como en cualquier otra parte del mundo, una multa que no se diluya en  "20 pesitos pá su refresco." Ojala esto alguna vez ocurra y al cruzar cualquier paso cebra en una calle cruceña nos podamos sentir como Los Beatles en la antológica sesión de fotos de Abby Road o la rubia con medias negras, bufanda a cuadros y minifalda azul, de Joaquin Sabina, mientras toreaba un autobús. Soñar no cuesta nada, pero no se te ocurra ni pestañear si tienes que cruzar un paso cebra en esta ciudad boliviana.

                                    

sábado, 15 de junio de 2013

Por encargo

"Ir." Autor: Esteban Díaz Montesinos
Aunque el cuento que les refiero hoy se publicó como "El marmolero", su titulo original, después quise  cambiarlo a "Por encargo", y en parte lo hice cuando por encargo me pidieron que escribiera el guión para una versión televisiva, que no terminé pues mi viaje a otras tierras interrumpió mi labor de guionista en Cuba.
Parte de esta historia fue cierta, recuerdo que todo ocurrió durante uno de los festivales o encuentros de vídeos que se celebran anualmente en La Habana, al regreso de una de sus jornadas un veraniego aguacero me obligó a refugiarme en un portal frente al cementerio de Colón. Allí rodeado de curiosos había un hombrecillo que hábilmente grababa en el mármol dispuesto como lápida y mi mente ociosa fabuló que alguno de los curiosos podíamos de pronto ver que grababa uno de nuestros nombres. 
Al día siguiente, mientras esperábamos el inicio de la jornada de premiación comenté la idea con mi amigo Pepito Lemuel, quien con su agudo sentido del humor me sugirió algunos pasajes. Más adelante otro amigo, Sir Palmiche, adornó con su prosa la visión de los muros del cementerio, enriqueciendo ambos el cuento. 
Hoy lo volví a leer, también casualmente encontré el guión y ahora me encargo de publicarlo aquí.

EL MARMOLERO

Él, Andesio estaba cansado de pasar por aquel lugar aunque nunca se fijó en el portal del desvencijado edificio hasta aquel día en que la lluvia apretó y tuvo que refugiarse allí. Mojados (él y su bicicleta), se cobijaron bajo el penoso techo. Al frente, toda su vista y algo más la llenaba el espectáculo de tranquilidad y silencio del cementerio. La interminable cerca amarilla pintada con cal y colorante destiñéndose ante cada aguacero (como ese), para dejar otra capa de cal y colorante amarillo que de tanto pintar y despintar había contaminado al centenario muro y sus componentes de arena y ladrillo de amarillo por siempre. Las barras, en terminales de lanzas guerreras sujetas al concreto macizo con sus cruces en un relieve centralizado y de constante publicidad a la muerte, parecían poner un límite entre el mundo de los vivos y los muertos soportando  con un rostro más serio el incesante aguacero.
Andesio sintió un golpear interminable y miró a su derecha, en el otro extremo del portal un hombre tallaba con increíble habilidad sobre algo que no logró distinguir por la poca luz, pero sintió curiosidad y quiso acercarse, entonces observó que a su espalda conversaban dos fornidos negros con rostro de pocos amigos, Andesio agarró fuertemente su bicicleta por los manubrios y mirando al cielo vio caer la lluvia con más fuerza, el techo del portal anunciaba con su cabilla oxidada al desnudo un próximo desprendimiento de sus componentes. Todo esto lo hizo convencerse y con pasos lentos sin soltar su bicicleta se desplazó hacia el otro extremo del portal.
El hombre o mejor dicho, el hombrecillo, no dejaba de trabajar a pesar de los curiosos que le rodeaban, golpeaba con agilidad poco vista y  gran precisión sobre un cuadrado de mármol bien cortado. Andesio que se hallaba a pocos pasos de él pudo ver con  mayor exactitud la delgada barrena en una función increíble de gubia, sólo un poco más gruesa que sus piernas, el short (verde - chillón) debió pertenecer a alguien del doble de su estatura (tal vez a algún vecino del frente que perdió originalidad sepulcral), sus espejuelos de gran aumento, que podían ser muy bien las lupas de Melquiades, daban dimensiones gigantescas a sus ojos. En un principio, Andesio no lograba precisar lo que se tallaba con tanta rapidez pero más tarde se percató que el trabajo de aquel pequeño ser consistía en las inscripciones de lápidas con los nombres, así como fechas de nacimiento y defunción de algún finado, con alguna que otra dedicatoria y una cruz o algo alegórico al más allá.
Los curiosos, como siempre, apenas lo dejaban continuar su labor con sus idiotas  preguntas -¿Cómo es posible que no se rompa el mármol? ¿Cuánto cuestan las más grandes? ¿Y las más chiquitas? ¿Tiene licencia? Y mil boberías más que llevaron a Andesio al estatus de aburrido decidiendo cambiar su vista hacia las nubes grises cada vez más empeñadas en inundar la ciudad. Luego de un rato de observarlas y hacer un pronóstico personal de meteorología volvió su vista hacia el hombrecillo y su obra, no sabía  por qué tampoco había podido  fijarse en lo que rezaba en aquella inscripción, fue entonces cuando uno de los curiosos decidió irse bajo la lluvia y la lápida casi terminada quedó ante sus ojos pudiendo leer con asombro:

ANDESIO DE LA C. ANTORNOCHEA PÉREZ
29-02-48 AL 25-06-99
DE SUS FAMILIARES
Y
CROS. DE LA UNIDAD DE PASTOS Y FORRAJES

-      Coño, ese soy yo (pensó alarmado), esto tiene que ser una broma.
Miró de nuevo, le temblaban las piernas, estaba tan blanco como un papel, con temor se acercó al hombrecillo y le dijo:
-      Oiga compañero, ¿ese nombre está bien escrito?
-      Sí - respondió sin dejar de tallar.
-      Pero ese es mi nombre.
-      Yo me llamo Juan Rodríguez y hay millones que se llaman igual que yo.
-      Pero también es mi fecha de nacimiento.
-      Y yo nací el 2 de julio y han nacido también millones ese día.
-      Pero hombre ese soy yo y no me he muerto.
-      Bueno amigo – respondió imperturbable - el día 25 aún no ha terminado todavía quedan unas cuantas horas para las 12 de la noche.
-      ¿Y por qué está usted   haciendo eso? - casi imploró derrumbado.
-      Trabajo por encargo.
-      ¿Quién se lo encargó?
El hombrecillo dejó de golpear la losa, se quitó los espejuelos llenos de polvo limpiándolos con su camiseta, sus ojos eran tan pequeños que parecía que era imposible poder distinguir la figura de Andesio ante sí, entonces dijo molesto:
-      Señor, esto es secreto profesional, por favor le ruego que no me haga más preguntas.
Andesio lo miró pero ya no lo vio, a pesar de que aún llovía (ya no tan fuerte) montó su bicicleta. Pensó que todo aquello no era más que una simple broma, pero, ¿a quién se le iba a ocurrir y cómo se iba a saber que ese día llovería y que él llegaría allí?
-      No (meditó), tiene que ser una coincidencia, sí claro, cuántos Pérez  hay, además yo soy materialista dialéctico, más que eso yo soy un comunista, así que cómo voy a estar creyendo en muertos ni en cosas del más allá.
Este pensamiento lo animó, no obstante en el trayecto a su casa cada vez que veía aparecer un “camello” o tener que cruzar una peligrosa intercepción se bajaba de la pesada bicicleta, subía ridículamente a la acera y seguía por esta hasta pasar el peligro. El viaje se demoró más de lo acostumbrado, pero al fin llegó más contento que nunca, porque otra vez había probado su férrea voluntad, esta ocasión  ante las hostiles fuerzas del oscurantismo.
Ya en la calle donde vivía le volvió el alma al cuerpo e incluso sintió hasta hambre y compró un coquito prieto en una improvisada cafetería, por aquello de recuperar el azúcar quemada de su cuerpo debido al esfuerzo realizado con la bicicleta.
 Llegó a su casa, con tranquilidad se bañó y después de comer una frugal cena compuesta por arroz, potaje de chícharos, plátanos y un trozo de pan, encendió el televisor y se puso a ver el noticiero de las ocho que no se perdía por nada de la vida.
 Allá en el portal, frente al cementerio, el hombrecillo observaba con orgullo su obra, la lapida de Andesio de la C. Antornochea Pérez  estaba terminada, le pasó un paño para quitarle el polvo y la inscripción resurgió elegante, distinguida, sin igual. Otra vanidosa mirada  al pedazo de mármol y con sumo cuidado lo cogió en sus pequeñas manos, así lo condujo al cuarto en el interior de la casa donde almacenaba varias decenas de lapidas de diferentes tamaños y la acomodó en lo que más que habitación parecía un osario funerario.
 En la sala de su casa, Andesio sobre un sofá estaba  muerto, al frente en la televisión un locutor con voz grave leía una nota donde anunciaba sobre una venta de coquitos prietos contaminados con una letal y desconocida sustancia, la cual hasta el momento había causado la muerte a seis personas y otras muchas estaban hospitalizadas. Antes de concluir la lectura de la nota el locutor reiteraba que todo el que hubiera comido de los referidos coquitos prietos acudiera con urgencia al hospital más cercano.
Allá, frente al cementerio en ese mismo instante sonó el timbre del teléfono, el hombrecillo corrió  solicito, lo descolgó y anotó un nombre, una fecha de nacimiento y de defunción y al final una dedicatoria.