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Calle Enramada |
Recuerdo que la primera vez que fui a Santiago de Cuba llegué en un ómnibus destartalado procedente de Bayamo, era diciembre y allí de frío no había ni recuerdo. Me acompañaba un buen amigo quien me hizo caminar por toda la ciudad en nuestra función de trabajo y alrededor de las 10 de la noche ya estaba a bordo de un refrigerado tren de vuelta a la capital. A partir de aquel día visité esa ciudad tantas veces que puedo afirmar que después de La Habana, es el lugar, en Cuba, donde más tiempo he permanecido.
Santiago es una ciudad mágica, un lugar donde la gente se transforma y vive un mundo de risa, fiesta y alegría sin ver sus destruidas casas y el caliente pavimento ausente de vehículos automotores. Ron y música es el combustible para que el jubilo calcé sus calles pendientes y estrechas por doquier.
En una de esas tantas veces que he visitado Santiago de Cuba coincidí con el Festival de las Artes del Caribe, ardía el entusiasmo, botellas de ron pasaban de mano en mano y después de un buche se devolvía a otro u otra para que hiciera lo mismo, no importaba que te conocieran o no, estar en Santiago es ser de Santiago, allí la hospitalidad no tiene limites. Aquella noche anduve por la calle Enramada, el calor de "la olla" me traspasó el cuerpo, el sonido de la trompeta china enajenó mi psiquis y corrí arrollando junto a mis compañeros detrás de una conga, nos sumergimos en aquel trance colectivo de algarabía. Por fin llegó la madrugada y desde las lomas el primer sol de la isla, entonces me retiré a dormir, mejor dicho a soñar en lo que puede ocurrir cuando uno va a Santiago.
A SANTIAGO
“A mis amigos Román, Causa, y el “old Nodarse” dondequiera que esté”
Desde el avión y aunque no
lo crean ya se sentía el calor, no sé si era porque estábamos a primero de
junio… pero bueno el caso es que en Santiago de Cuba siempre hay calor, aunque
sigo pensando que aquel día fue más, mucho más.
Ya en el aeropuerto, y como
siempre me temo, no había nadie esperándonos, Abel o Caín como pensé que se
llamaba en aquel momento el “compañero designado para recibirnos” no apareció
por ningún lado en su yipi ruso de cuatro puertas, por suerte aun habían taxis
Lada en moneda nacional y después de pasar mil y un apuro para meter en el
diminuto auto la cantidad de tarecos que
llevábamos, necesarios para el trabajo, partimos cuan bólidos para el hotelito.
-
El nombre de ”utedes” no “etá” en el “litado” oficial que
mandaron de arriba - me dijo como si me conociera de toda una vida la recepcionista
del hotel - mira mi vida, sí tu quiere vete
corriendo para la empresa que “etá” allí cerquita en calle 4, apúrate “polque”
hoy es sábado y lo compañeros trabajan nada más que “hata” las 12.
Los
demás me miraron suplicantes, tiré mi mochila y se me abrió el bolsillo
exterior escapando una caja de preservativos. La recepcionista gorda y mulata
murmuró:
-
Vea,
ni que aquí no hubieran, si la “falmacias” “etan” llenas de gomitas.
Dos
horas después ya estaba en el hotelito de vuelta con las reservaciones en mi
mano cuan trofeo conquistado en cruenta batalla, la chica de la recepción nos “acotejó”
en un pequeño apartamento de tres cuartos, el más grande para mí y Causa quien
se llama igual que yo por lo que siempre lo mencionaré por el apellido, la otra
para Sergio y Nodarse (siempre refunfuñando porque decía que su aire
acondicionado no enfriaba mucho), la
otra para Abel y el chofer, cuando aparecieran.
Después del baño fuimos a almorzar hasta
hartarnos, Nodarse no, él solamente pidió rueda de Emperador que increíblemente
era lo más barato y refrescos porque decía que quería hacer dieta y todos
sabíamos que la dieta era solo de bolsillo, después cada uno para su cama pues
aparte de que teníamos tremendo sueño no había quien estuviera fuera del aire
acondicionado por el jodido calor.
En
la noche nos volvimos a bañar, vestirnos de salir y después de comer
suculentamente (Nodarse pidió calamares y no supe si lo hacia para ahorrar o
para molestarme porque el sabe que yo no resisto el olor de esos bichos a 20
metros de distancia), salimos a recorrer Santiago.
Ya en calle Enramada, Causa fue absorbido por
una entusiasta conga que pregonaba a golpe de guaguancó...”iba matando canalla,
con su cañón de futuro prinquipí prinquipó”. Cerca de la calle Heredia a
Nodarse le entró ganas de orinar y se fue a casa de Arcristo un amigo suyo de
cuando trabajaba en hidroeconomía que
ahora se llama recursos hidráulicos como años atrás. Sergio y yo seguimos
Enramada abajo chocando con santiagueros y santiagueras que sin conocerte te
invitaban a beber de su botella el mejor y el peor ron del mundo, las camisas
parecían mojadas y el calor parecía salir de la tierra - ¿será por eso que le
dicen la olla? - preguntó Sergio quien visitaba la ciudad por vez primera -...subir
Aguilera y bajar al Caney... - decía el cantante de Karachi con la cara sudada mientras
que cinco trombonistas parecían desinflarse para lograr la champola de
trombones como anunciaba el solista, apenas se extinguía aquella música
apareció más abajo la voz de tiburón Morales tapándose la oreja con la mano y
sugiriendo..”vamo pal” monte mulata, mientras que cuatro músicos con cara de
pulidos oficinistas aseguraban acopladamente - Montando en coche...La noche parecía que nunca se acababa y ni
los santiagueros y mucho menos nosotros queríamos que eso pasara. El calor se
olvidó con la música y el ron Caney, éramos parte de un todo, de algo
irrepetible como cualquier momento de la fiesta del Caribe en Santiago.
Más
abajo en el parque Céspedes hallamos o mejor dicho divisamos a Causa, su
seriedad seguramente se le había quedado en la primera esquina bajando Enramada
y ahora formaba parte de un entusiasta coro que entonaba -...a mi me gusta que
baile Marieta...- mientras que el Guayabero soltaba picantes estrofas
disfrazadas en sin par juego de
palabras, después otro “viejito parejero”, con sombrero y que le decían los que
lo conocían compay , como a todo el mundo, cantó un delicioso bolero dedicado
sin sonrojo a una de esas bellas rubias que emergen del colorido santiaguero.
Sergio y yo nos alejamos un poco del bullicio y nos fuimos a un kiosco de
cervezas o a lo que creíamos que era eso, pero nos equivocamos de plano pues
ahí lo que vendían era ropa y artículos del hogar, cuando vine a darme cuenta
ya Sergio estaba tratando de conquistar a la mulata dependiente, yo para no
quedarme atrás lo intenté con la rubia también trabajadora de allí que llegó con un
caminar que parecía dueña del mundo. La rubia me cayó bien pero le faltaba un
colmillo y tres minutos después ya le encontré mil defectos, Sergio, mulato al
fin, enseguida que se dio cuenta de mi alejamiento dejó plantada a su futura victima y desató una
“artillería pesada” sobre la joven, ocasión que aproveché para acercarme a la
mulata.
Todo
culminó en el entonces reluciente restaurante del 20 plantas, sin saber cómo y
contando mentalmente cuanto me quedaría de la dieta después del banquete porque
la mulata de quien aun no conocía su nombre pidió desde bistec de palomilla
hasta helado flameado y yo por pena y por machismo tuve que imitarla, sin
contar las cervezas. Cuando vino el camarero con el platico sobre el que pesaba
la cuenta bajo un delicado paño con las iniciales del restaurante bordadas
quise morir, entonces Dorny que ya me había dicho como se llamaba dijo:
- No
mijo no, yo soy la que lo invitó, “uté” no es de acá y yo tengo “batante” plata
que me la sé “bucal”. Por mucho que intenté dramáticamente sacar el dinero, ella insistió dejando incluso
una propina que hizo que por poco el cantinero nos llevara cargados hasta el
ascensor.
Ya
en la parada mientras esperábamos la guagua o un taxi que prometió pagar
intenté llevarla hasta un oscuro pasillo cercano. Ella al momento se percató de
mi intención y casi me arrastró hasta el lugar. El primer beso fue intenso, tan
intenso que juro que mis labios sangraron y la vocación de ventosa de sus
labios era tanta que temí que absorbieran todos mis órganos internos , sentí
claramente como el corazón, los riñones y cuanta visera tuviera en mi interior pugnaban por correr absorbida por su boca. Cuando me soltó me sentí mareado o más bien
embriagado de aquella mujer, le pedí que fuera conmigo para el hotelito pero me
dijo que ya era muy tarde, enloquecido le pedí
acompañarla a su casa a lo que me respondió: - tu “etas” loco, el hombre
debe etar dulmiendo allá hoy y si te coge....
- ¿Tú
eres casada? – pregunté temeroso
- Ná
yo “etoy” con el hombre que é de la Habana igual que tú, el “etá” casado allá
pero trabaja aquí, es cantante en un cabaré de la playa...casi siempre se queda
en mi casa.
Por
supuesto no insistí, al poco tiempo llegó el ómnibus, yo me bajé antes y llegué al
hotelito con el dolor de huevos más grande que había soportado desde que dejé
de bailar con la música de Feliciano en fiestas de quinceañeras.
La
otra noche fue más increíble, los tambores tronaban como cañonazos y las
cinturas vibraban como si el epicentro de un sismo estuviera en esa parte del
cuerpo, el sudor corría por los cuerpos como arroyo de la montaña y todos los
que traspasábamos esas calles caíamos en
éxtasis e imitábamos al resto con su movimiento y sudor, parecía que aquello no
acabaría nunca y que la noche no daría tregua, pero hubo un instante, un
pequeño y poderoso instante que por casualidad o por magia que no era nada
descartable en ese momento. La música se detuvo, todas las interpretaciones
llegaron al final casualmente y tomamos un aire, me pareció que como en una
película todo se movía en cámara lenta y sin sonido, entonces la vi y le grité
pero no me escuchó y yo tampoco me oía, corrí en cámara lenta pero apenas me movía. La música arrancó de
nuevo y también la vida, me vi atraído hacia ella que me esperaba con los
brazos abiertos al tiempo que decía: - No te apures muchacho, si yo sé que tú
ibas a venir. La agarré fuerte y sin hablar la arrastré del gentío y la música,
sin saber cómo me vi en el interior de
un taxi con la mulata que sonriente terminaba de darle una dirección al
conductor.
Para
pasar a su casa había que traspasar una enorme verja y varios metros más adelante, caminando en la oscuridad
llegamos a la vivienda. Adentro todo era ritmo también, tres niños entre siete
y diez años bailaban al compás de la música que escapaba del radio a increíbles
decibeles, una jovencita delgada de piel trigueña llevaba el ritmo de la
canción como si danzara un ballet clásico. Mi acompañante apagó el radio:
- “Ete”é
un amigo de la Habana así que dejen el “ecandalo”; y llegó la paz, las
cervezas, los chicharrones y las presentaciones .
- Ellos
“tre” son mis hijos y ella mi hermana, bueno y ya que se conocen váyanse a
“dormil”, y nos sentamos en el patio con
un ventilador de frente y así y todo seguía el calor que fue más intenso cuando con el menor desenfado cerró la puerta que
daba a la casa diciéndome
-
Para cuando se arme el “traqueteo” no se sienta allá adentro.
Se
plantó frente a mí levantándome de la silla, de nuevo aquel beso de ventosa,
absorbiéndome, sacando de lugar uno a uno todos mis órganos, mis venas, mi
cerebro, haciendo un puente entre ella y yo a través de su lengua de encanto.
Cuando me soltó ya no tenía ropa y su cuerpo de intenso mestizaje adornaba la noche y lo hacía parte o mejor complemento
de la luna en escaso cuarto menguante Sobre la silla hicimos el amor que creo
que en cierta forma inventamos con gran y maravillosa aporte de ella hasta que
la humedad de la madrugada, fundida con la nuestra, nos devolvió a la realidad.
Sin la menor prisa nos pusimos la ropa, mirándonos el uno a la otra y
viceversa, como queriendo que nuestros cuerpos sudorosos y aun excitados
quedaran en nuestras mentes para siempre, después me invitó a un café fuerte y
con un beso suave, pacifico, de escolar salí por aquellas calles de música
alegría y sudor.
El
día siguiente lo pasé trabajando y pensando que aquello no pudo ser real,
Causa, Abel y por supuesto Nodarse se quedaron a comer en un restaurante cerca
del Morro, que el último recomendó porque era muy barato, pero yo seguí porque
quería comprar un disco de La Original. El chofer se apuró y
entró con el yipi ruso de cuatro puertas por la calle Enramada, a sabiendas que
pronto sería cerrada por las grandes puertas que la limitan del transito de
autos a las seis de la tarde, yo enseguida compré el disco, ya caía la noche, empezaban a afinar los
instrumentos y fluir el calor como sangre por el cuerpo de Santiago. Buscando
como salir de aquella calle llena de gente ella me vio, entró la mitad de su
cuerpo por la ventanilla que nunca usó cristal y me besó con su furia
cotidiana, entonces se viró y señalándome a su acompañante, un hombre blanco,
enorme y lleno de pelos que no dejaba de mostrar una noble sonrisa me dijo:
- Ah ¿pero utedes no se conocen? Mira “ete” es
el hombre.
Él me dio la mano fuerte y entusiasta, como el
que adquiere un nuevo amigo y me dijo.
- Mucho gusto, pero qué le hiciste a esta mujer
que con sus gritos casi ni me dejó dormir anoche.
Yo
me quedé atónito y ella sacó la mitad de
su cuerpo del yipi, se enroscó al hombre y se perdieron bailando calle Enramada
abajo, mientras yo me quedaba sin poder
decir nada y ya la música empezaba a sonar en serio, el chofer buscaba una
calle que nos llevara a la realidad, que aunque no quisiéramos, debía existir
en alguna parte de esa mágica ciudad.