Desde la aparición del cinematógrafo en 1895 hasta las plataformas de streaming del siglo XXI, el audiovisual ha experimentado transformaciones tan profundas que obligan a cuestionar si seguimos hablando del mismo “cine”. Cada etapa tecnológica —el cine silente, la irrupción del sonido, la televisión, el video doméstico, la digitalización y finalmente el streaming— ha alterado no solo el lenguaje expresivo, sino también la conducta, la percepción y la capacidad interpretativa del espectador.
En este escrito examinaremos cómo estos cambios han afectado la realización audiovisual y si el espectador contemporáneo mantiene la misma actitud y aptitud que sus antecesores.
1. Del cine silente al sonoro: el primer cambio estructural
El cine silente estableció un lenguaje visual puro, basado en el montaje, la intensidad del gesto actoral y la composición de planos. La llegada del sonido en 1927 no fue un simple añadido técnico: modificó el modo de narrar y redujo la abstracción visual. Los diálogos, el diseño sonoro y los géneros musicales transformaron radicalmente la puesta en escena.
Este paso inauguró una tendencia constante en la historia del audiovisual: cada tecnología inaugura un nuevo modelo de percepción y obliga a replantear el lenguaje.
2. La televisión: un medio doméstico con un lenguaje propio
La televisión introdujo un factor inédito: el audiovisual trasladado al hogar. La pantalla más pequeña y la baja resolución favorecieron el uso de planos medios, primeros planos y grandes primeros planos. La puesta en escena se volvió íntima y directa, mucho más dependiente del diálogo y la continuidad narrativa.
A esto se sumó un fenómeno psicológico:
En el cine, el espectador invertía transporte, tiempo y dinero, por lo que era menos proclive a abandonar una película.
En la televisión, bastaban pocos minutos para cambiar de canal o apagar la televisión y hacer otra cosa, lo que obligó a que las historias tuvieran un ritmo más ágil y enganches más cortos.
La televisión consolidó un espectador impaciente y un lenguaje audiovisual más explícito.
3. La digitalización y el video: el nacimiento del espectador fragmentado
El video doméstico, primero en Beta y VHS y luego en DVD, introdujo la pausa, el avance rápido y el retroceso, herramientas que anticiparon el comportamiento actual. Aunque todavía moderado, el espectador comenzó a controlar el flujo narrativo, debilitando la temporalidad rígida del cine tradicional.
Simultáneamente, la digitalización abarató costos y democratizó la producción audiovisual. Directores, canales y anunciantes adoptaron recursos típicos de la televisión: narrativas más rápidas, encuadres cerrados y estructuras episódicas, incluso en obras cinematográficas.
4. Streaming: la ruptura del modelo clásico de recepción
La aparición del streaming constituye la revolución más profunda desde la llegada del sonido. Por primera vez, el espectador controla absolutamente la experiencia audiovisual:
Pausa en cualquier momento
Salto de escenas
Avance hasta el final
Elección inmediata de otra obra
Visionado simultáneo a otras tareas
Ritmos de reproducción alterados (1.25x, 1.5x)
Además, el contenido ya no se adapta únicamente a un lenguaje estético o artístico, sino también —y muchas veces sobre todo— a lógicas algorítmicas de retención de audiencia.
Todo lo anterior trajo apreciables consecuencias en la realización cinematográfica entre las que podemos señalar:
- Mayor velocidad narrativa: introducciones cortas y puntos de enganche más frecuentes.
- Desaparición de la pausa contemplativa: la escena poética o lenta se penaliza con abandono.
- Arcos dramáticos diseñados para el maratón o binge-watching.
- Estandarización global: obras pensadas para públicos internacionales, con códigos universales y menos particularidades culturales.
- Hibridación estética: series con lenguaje cinematográfico y películas con estructuras episódicas.
- Dictadura del dato: decisiones creativas guiadas por estadísticas de abandono y patrones de consumo.
El resultado es un cine que, aunque conserva elementos estructurales del pasado, ha modificado profundamente su arquitectura narrativa, su temporalidad y su ritmo.
5. Otra pregunta latente consiste en el nuevo espectador: ¿es más pasivo o más exigente?
La pregunta sobre la actitud y aptitud del espectador contemporáneo merece matizaciones.
5.1. Un espectador más pasivo en el control cognitivo
- Suele consumir contenidos mientras realiza otras tareas.
- Cambia de obra ante el más mínimo indicio de aburrimiento.
- Su tolerancia a la ambigüedad, el silencio o la narración lenta ha disminuido.
- El algoritmo sustituye la búsqueda personal: ve “lo que le recomiendan”, no lo que descubre.
5.2. Pero simultáneamente más exigente en lo formal
- Reconoce códigos narrativos con mayor rapidez que generaciones anteriores.
- Exige calidad visual y sonora.
- Tolera menos los errores de guion, los vacíos de continuidad o la falta de ritmo.
- Compara obras de diferentes países y plataformas.
5.3. ¿Menor inteligencia narrativa?
No se trata de menor inteligencia, sino de un cambio en la forma de atención. El espectador de hoy posee habilidades para:
- Procesar estímulos rápidos
- Reconocer patrones audiovisuales
- Interactuar con múltiples dispositivos simultáneos
No obstante ese espectador ha perdido, en muchos casos:
- Capacidad para la atención prolongada
- Disfrute de la dilación narrativa
- Disposición a la interpretación lenta y simbólica
No es menos apto: es apto para otro tipo de lenguaje.
6. ¿Es el mismo cine? ¿Es el mismo espectador?
Si el cine se define por su tecnología, su lenguaje y su modo de recepción, la respuesta es clara: No, no es el mismo cine.
La esencia permanece —imagen en movimiento, narración visual—, pero su naturaleza expresiva se ha reconfigurado en:
- Ritmos más veloces
- Estructuras condicionadas por datos
- Hibridación con televisión y videojuegos
- Lenguaje más internacional
- Recepción fragmentada y controlada por el espectador
Con relación al espectador: Tampoco es el mismo espectador.
- El espectador clásico ingresaba a una sala oscura, se entregaba a la obra y respetaba su temporalidad.
- El espectador contemporáneo administra la obra, decide su ritmo, controla su experiencia y exige estímulos constantes.
- Es otro tipo de sensibilidad, no necesariamente inferior, pero sí menos dada a la inmersión profunda y al tiempo poético.
Conclusión
La revolución tecnológica no solo ha transformado el modo de producir audiovisuales, sino que ha reconfigurado la sensibilidad colectiva. El streaming, con su lógica algorítmica y su dominio de la experiencia, ha creado un espectador distinto y un cine distinto: más rápido, más accesible, más inmediato, pero también más condicionado por la economía de la atención.
El desafío actual consiste en preservar la riqueza narrativa, la complejidad estética y el valor artístico en un entorno que premia la velocidad y la inmediatez.
El cine de hoy es heredero del pasado, pero su esencia ya no es la misma. Y el espectador, aunque sigue siendo humano, ha sido moldeado por un ecosistema tecnológico que redefine su forma de ver, sentir y comprender las imágenes.
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