viernes, 3 de abril de 2015

Un cuento de Lázaro Labrador

En mi entrada anterior publiqué una entrevista al escritor Lázaro Labrador y no podía pasar por alto alguna muestra de su cuentística que a continuación muestro.


                                           DARÍO Y LA NOCHE

-         La Noche es una novia vestida de negro que corre por el cielo buscando al  Sol- dije.
-         ¿Y el Sol?- preguntó Darío.
-         - El Sol es un joven acalorado y apuesto que alumbra los rincones buscando a la novia.
-         ¿Y los días?- volvió a preguntar.
-         Los días son esta hermosa y eterna búsqueda entre la Luna y el Sol- le respondí.

Entonces pude ver a Darío llevarse la Noche a su cuna porque no podía dormir sin ella.
  La Tierra quedó sumergida en una verdadera locura. En el pueblo, la gente afanosa continuó trabajando sin entender por qué era este el día más largo de la historia.
  En los campos, los grillos y las ranas gritaban ofendidos al ver su concierto interrumpido, y las hormigas estaban aún más bravas reclamando el dinero de sus entradas.
 El marpacífico, cansado, quiso recoger sus flores para dormir, y ellas decidieron no cerrar:
-         ¿Quién puede entender la vida sin color rojo?- decían.

 La lechuza no pasó esta vez por nuestros tejados, asomó los  ojos desde su cueva, y al ver tanta claridad, creyó que era aún temprano para salir a volar.
 Los cocuyos, apagados, quedaron entristecidos porque ya los niños no corrían para alcanzarlos, sino para huir de ellos, pues no hay, nada más parecido a una cucaracha voladora que un cocuyo sin luz.
 Todos preguntaban:
-¿Quién robó la Noche?
Y aún más alto se escuchó:
- ¿QUIÉN ROBÓ LA NOCHE?
 Y se oyó tanto esta pregunta en el pueblo y en los campos, que el viento respondió en un susurro:

- Ha  sido Darío, el niño que no sabe dormir de día.
 Una corriente de aire lanzó estas palabras hasta los oídos del Sol, que sin perder tiempo comenzó a alumbrar por aquí  y por allá buscando al niño. Llegó a casa a la hora en que los pañales revoloteaban como mariposas blancas tendidos en el cordel. Entró en cada habitación buscando a su amada. En una de ella escuchó la respiración profunda y tranquila del niño debajo del mosquitero.
Aquel era el único lugar en la tierra donde había anochecido. Asustada tras el tul se asomó la Luna, el dulce rostro de la Noche. El Sol sin poder contenerse filtró uno de sus besos y rescató a la novia.
 Darío comenzó a llorar enrojecido y molesto. Aquel  repentino amanecer le había dejado resplandor en lo ojos y sueño.

 Entonces para darle un poco de paz lo llevé hasta la ventana. Afuera, la Noche se paseaba espaciosa, los grillos y las ranas reiniciaron su concierto, el marpacífico bostezó cerrando sus flores, la lechuza voló vigilando los tejados, y a lo lejos los niños y los cocuyos jugaban al agarrado.
-         ¡Que hermosa es la Noche cuando es de todos!- le dije.
Y quedó rendido en mis brazos.
Cuando en las mañanas el Viento recorre la casa y se levanta en remolinos sobre las montañas, le susurra a todos que Darío aprendió a dormir de día, porque ya sabe que la Noche descansa enamorada sobre las espaldas del Sol.




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