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Todo en Santiago fue verano, desde la primera noche en la vispera de Navidad, cuando me sorprendieron sus calles vacías, hasta cuando despegó el avión que me llevó a Iquique, no sin momentos antes sentir un ligero temblor de tierra en el aeropuerto, quizás como despedida de aquella encantadora ciudad.
Allí encontré una urbe que conquista por su orden y limpieza. Edificios antiguos comulgan con altas torres, ya respetados por los efectos de la tectonica de placas, que aun en su empecinado estremecer comprende que no podrá con ese Santiago de calles alegres como el paseo Ahumada, que tanto y en tan poco tiempo conoció de mis pasos.
Desde el Cerro Santa Lucia, como muchos, contemplé la ciudad orgullosa, urbana a más no poder, de frios y calores, de gente apurada que respira aires de más allá del mar.
El metro, limpio, silencioso, rapido y cosmopolita me llevó de uno a otro lado de la ciudad, confundido, queriendo perderme y despertar soñando que nunca me fui de Santiago.
Si Santa Cruz fuera así....
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