Foto; Alberto Korda |
Fue una de esas tardes de
comienzos de milenio cuando ya la desesperanza nos traspasaba y sin embargo
soñábamos, como ahora, en crear y apostábamos la energía del último arroz con
frijoles que teníamos en el estómago, por algo que aunque fuera nos
transcendiera hasta el próximo día.
Pero por unos dólares qué no
arriesgaríamos, y así fue cuando un amigo me pidió que le alquilara el estudio
de televisión que yo dirigía en aquel momento, por unos dólares, que por pocos,
constituían más que mi sueldo de 10 meses. No lo pensé más y acepté la propuesta
para filmar la entrevista del cineasta norteamericano Héctor Cruz Sandoval, al
fotógrafo Alberto Korda, como parte de un documental dedicado a la obra de
varios destacados fotógrafos de la isla, y admito que por nada más que
conocerlo personalmente hubiera alquilado sin costo alguno aquel estudio
corriendo los riesgos que aquello entrañaba.
Uno de los productores,
llevó a Korda bien temprano en la tarde y allí tuve la tremenda oportunidad de
conversar con aquel personaje de la fotografía.
Korda era un tipo muy afable
que compartió con todo el equipo que trabajaríamos en la producción, recuerdo
su voz fuerte y segura detrás de su mediana estatura haciéndolo parecer más
alto y fornido. Lo sentí más que alardoso, consciente de la figura que era y
aun sabiendo que todo el mundo le prestaba atención, no hacía nada porque no
notaran su presencia. Bromeaba con todos como si fuéramos sus amigos de mucho
tiempo mientras coqueteaba con la botella
de ron Habana Club que no dejo de acompañarle, mientras agregaba que el médico
se lo tenía prohibido, pero que un trago no le haría más corta su existencia,
aunque en realidad no bebió más que un discreto sorbo. Pero lo más importante
fue aquellas cosas que me contó y que más que contarme me enseñó acerca de la
fotografía, la vida y la historia, con la que estuvo muy vinculado durante una buena
parte de su vida.
Korda explicó que no usaba
luz artificial en su estudio en que se dedicaba a la fotografía de moda, donde
el techo se abría y dejaba penetrar la luz del sol. Y algo que me llamó la
atención fue cuando me dijo que las modelos fotográficas no preciaban ser altas
pero eso sí, tenían que tener una proporción entre su cuello piernas y brazos
lo que hacía que se formaran interesantes figuras geométricas con su cuerpo. Eso
nunca lo he olvidado.
Algo que “descargó” aquella
tarde, no sin cierto dolor y hasta rencor, según percibí, fue cuando contó cuando le "nacionalizaron" su famoso estudio, me dijo que nunca olvidaría que la
encargada de hacerle el inventario era una peluquera y que incautó sus archivos
fotográficos del que solo tiempo después logró recuperar una pequeña parte
gracias a la ayuda de Celia Sánchez con el Ministerio de Comercio Interior,
adonde fueron a para sus negativos en un almacén sin las mínimas condiciones
para ello, por lo que perdió la mayor parte de su obra hasta aquel momento.
De la foto al Che Guevara
que lo catapultó al mundo, relató que la imagen del legendario revolucionario
lo impactó por su rostro furibundo en aquel acto, que solo estuvo unos instantes,
que las dos fotos que tomó hubo que reencuadrarla posteriormente y que no
quedaron totalmente en foco. Después la historia le haría dar la vuelta al mundo
con aquella imagen que sin dudas ha sido una sino la más reproducida en el
pasado siglo. Más tarde agregó con su ironía habanera – el italiano se hizo
millonario con la foto y a mí ni un kilo me dieron.
Y si aquel día algo ocurrió
que aun lamento, fue con su también famosa foto de aquella niña abrazando un
trozo de madera como si fuera una muñeca, Korda contó que fue en la provincia
de Pinar del Río, cuando en una casa que visitaba en una zona rural, vio casi
escondida al fondo de la vivienda a aquella niña campesina que cargaba como si
fuera una muñeca, aquel pedazo de madera. Le manifesté que siempre me
impresionó aquella foto y con la sencillez que lo caracterizaba me dijo- Chico
eso no es problema , voy a imprimir una copia y te la doy autografiada, nada
más tiene que ir a mi casa a buscarla- pero mi alborozo comenzó a desvanecerse
cuando aquel viejo lobo miró a una de las jóvenes que nos acompañaban en la filmación y sin bajar el tono de voz, ni perder la sonrisa
dijo - mira, mejor mándala a buscar la foto y le regalo una a ella
también. En algún lugar anotó mi nombre para la dedicatoria y en un pedazo de
papel anotó su número telefónico y se lo entregó a la chica para que lo llamara
antes de ir y ponerse de acuerdo para recibirla cuando fuera. De ese rato no
pasó mi alegría, la chica jamás fue a su casa y de esa forma se esfumó uno o
tal vez el más grande tesoro de que yo pudiera haber sido propietario.
Más tarde llegó el cineasta
con la primera cámara betacam digital que habíamos visto y que observamos todos
como aquel monolito que asombró a los primates de 2001 una odisea espacial. La
filmación comenzó sin contratiempos, la entrevista a Korda fluyó con la ayuda
de su carisma y su experiencia en aquellos menesteres, el ron se fue poco a
poco evaporando, se apagaron las luces. Mi amigo en un aparte me dio el monto
acordado y me despedí de Korda en el umbral de la puerta de lo que fuera la
oficina de Camilo Cienfuegos en el antiguo campamento de Columbia. Nunca más lo
vi, escuché algo sobre una demanda por el uso de su foto en la etiqueta o la
publicidad de una bebida, después de París llego la noticia de su
fallecimiento, pero aquí en mi mente como una de sus instantáneas, no importa cuán
famosa, ha quedado por siempre aquella tarde con Korda.