Fotografía de autor desconocido. Luis García Oviedo sentado a la izquierda vistiendo de negro, a su lado Baldomero Acosta, general de la Guerra de Independencia de 1895 |
Hubo una vez en Cuba una revolución (entre otras), fue en el año
1933, el pueblo se levantó contra el general Gerardo Machado, quien además de
gobernar con mano dura intentaba prorrogar sus poderes como presidente más allá
del periodo por el cual había sido elegido. Aquella revolución, que como dijera
el intelectual Raúl Roa “se fue a volina”, siempre nos ha llegado a través de
imágenes en blanco y negro, sin sonido ambiente y con cierta desincronización
de la velocidad que ocurren las cosas en la pantalla con respecto a lo que pasó
en la realidad, propio de la tecnología de entonces. Grupos de
personas golpeando con mandarrias un monumento al “Asno con garras”,
como llamó el escritor Rubén Martínez Villena al dictador, otros saqueando y
destruyendo cuanto encontraban a su paso incluyendo servidores del
derrocado régimen, como consecuencia de la violencia desatada.
Una visión más directa y que mi imaginación ha llevado como otra imagen
cinematográfica más, fue la que me contó mi abuela. Según su relato, turbas
enardecidas invadieron el negocio familiar de su cuñado Luis García Oviedo,
la imprenta y librería "Marianao Alegre". Relataba con lujo de
detalles como varias personas sacaron el piano de la vivienda donde también
estaba la imprenta y lo hicieron rodar por la Calzada Real de Marianao.
Una parte de la turba huyó con todo lo que pudieron robar, otros
disfrazados con la ropa saqueada se paseaban vociferando y golpeando las teclas
hasta destruir el instrumento musical.
Pero Luis García, a quien sus familiares llamaban Pipo, no se
sintió derrotado y reconstruyó su empresa haciéndola crecer aun más alto de lo
que estaba antes del saqueo.
Todo marchó bien hasta aquel día de los años 60 en que decretaron su
"nacionalización". Un implacable guinche atrajo hasta un
camión adonde fueron llevados con destino desconocido maquinas, tipos,
mostradores, escritorios, cajas de libros y todo lo que
pudiera llevarse, aunque sin la algarabía de
3 décadas antes. Aquel día sí se acabó la imprenta y no sé a ciencia
cierta si aquella expropiación fue peor que la furiosa tarde de agosto de 1933.
Los únicos recuerdos materiales que nos dejó la imprenta fueron unas
decenas de libros que logró rescatar la familia del desastre y unos sacos de
yute que contenían aquellos "tipos" en plomo, algo que los
niños de la casa no entendíamos qué era aquello con letras al revés y que por
su fácil fusión derretíamos en un fuego simple.
Hace poco tiempo mi primo Lalo Amores (nieto de Luis) nos hizo llegar
la foto que ilustra este post, una foto llena de historia sin dudas y más por
el escrito de quien la encontró, cuya imagen también aparece a
continuación.
Algo más que un recuerdo de familia, es un recuerdo de cuanto nos han costado y aun
nos cuestan los dictadores, los caudillos y hasta las revoluciones para
derrocarlos. Un recuerdo imborrable de cómo la alegría puede convertirse en
tristeza sin importar las vías por dónde se propicie el golpe.